No hay tiempo para ser enfermera

No hay tiempo para ser enfermera
La enfermería se convirtió en una carrera, pero la que conlleva tener que constantemente correr de un sitio a otro.

Dramático testimonio de una joven enfermera que revela otro terrible ángulo de la crisis de los servicios de salud en el país.

El Colegio de Profesionales de Enfermería de Puerto Rico se encuentra realizando vistas públicas sobre las condiciones en que labora el personal de enfermería que brinda servicios directos a los pacientes en Puerto Rico. Aquí el testimonio de una joven enfermera que aceptó ser publicada bajo condición de anonimato.

Mi camino hacia la enfermería fue uno inesperado, ya que previamente me dediqué a trabajar en servicio al cliente. Tras los años, me fui dando cuenta que mi trabajo se convertía cada vez menos en servicio y más en ventas. Las personas eran números y estadísticas. Me sentí aborrecida y vacía. Luego de que cerraran mi departamento, tuve un tiempo para reflexionar cuál sería mi próximo paso para desarrollar una carrera que me permita formar parte de algo significativo donde pueda brindarle servicios a mi comunidad y a mi país.

Comencé a estudiar enfermería con mucho empeño. Siempre tuve un interés y curiosidad por la fisiología y psicología humana. Luego del diagnóstico, los enfermeros se dedican a sanar y proveer calidad de vida. Yo quería ser parte de ese impacto. Al graduarme de mi bachillerato, rápidamente conseguí trabajo en un hospital. Entré con gran emoción al equipo de medicina y cirugía, dispuesta a aprender y proveerle servicio de calidad a aquellos pacientes que se encontraban en sus peores momentos. Sin embargo, con el tiempo pude ver como aquellos pacientes eran nuevamente números y estadísticas para el hospital. Cada enfermero se encargaba desde 15 hasta 30 pacientes a la vez en un turno de sobre 10 a 16 horas. El proceso de preparar y diluir más de 150 medicamentos en menos de una hora era chocante. Uno aprende que debe ser cuidadoso con sus medidas, ya que servir más o menos de una dosis puede ser letal para algunos pacientes. Al terminar el proceso extensivo de preparar medicamentos, se comienza a dar las rondas. Se supone que se compruebe la identidad del paciente, y que luego se verifique cada medicamento y dosis antes de administrarlo. En este proceso, también hay que verificar la patencia del suero y proveerle servicio al paciente que tiene dolor o necesita asistencia. Sin embargo, ya que el volumen de pacientes es tan extensivo, tomar más de 5 minutos con un paciente es mucho pedir. No puedo contar las veces que me regañaron porque me dijeron que me tardaba demasiado con cada paciente y que no tenía tiempo de hacer lo más básico, como ayudarlos a moverse, orientarlos sobre el manejo del dolor, vaciarle los foleys o drenajes, o intentar contestarle preguntas sobre su salud y medicamentos. El alto volumen de pacientes significa poco tiempo para entregar todos esos medicamentos a tiempo, lo cual resulta en baja calidad de servicio. Puedo contar los días que tuve la suerte de poder usar el baño o comerme algo de almuerzo.

La enfermería se convirtió en una carrera, pero la que conlleva tener que constantemente correr de un sitio a otro. Las metas son preparar los medicamentos y distribuirlos lo más rápido posible, para luego documentar y logar terminar el turno haciendo lo más mínimo por los pacientes: mantenerlos con vida. Los turnos de guardia, que usualmente son los más fuertes, conllevan el mismo trabajo para una sola persona por área. En el caso de que más de un paciente se encuentre en crisis, hay que simplemente escoger quién tiene más probabilidad de sobrevivir y los demás que esperen. A cada rato encontraba antibióticos parcialmente diluidos y goteando en el piso, líneas de sueros llenas de aire, sábanas o superficies llenas de sangre. Me indicaban que me tardo demasiado lavándome las manos o con el cambio de guantes para cada paciente. No hay tiempo para eso. ¡No hay tiempo para ser enfermero!

El propósito de aquella meta que tenía fue se desvaneciendo. Los empleados, agotados de la dinámica y ambiente tóxico, se encontraban completamente insensibilizados y con poca empatía, al punto de que catalogaban a los pacientes que pedían medicamentos para dolor como unos “tecatos”. Los pacientes que hacían preguntas o que necesitaban ayuda fuera de esos 5 a 10 minutos se tornaban “problemáticos”. Se me instruía a que, si el medicamento lleva horas fuera o se viró, tenía que usarlo como sea o si se entregó el medicamento tarde, debía documentar que se dio a tiempo para salvar el pellejo. Asimismo, se me enseñaba a que, si hay demasiados pacientes, le adelantara de hora los medicamentos o laboratorios para poder terminar a tiempo. ¿Para esto yo estudié enfermería? ¿Dónde está el servicio?

La codicia de los hospitales ha drenado el propósito de la profesión. No es que hay una falta de enfermeros, sino una falta de enfermeros dispuestos a trabajar bajo estas condiciones. Mi esmero por formar parte del servicio a mi comunidad y de aumentar la calidad de vida de los pacientes se fue apagando con la frustración del empleo. Ahora puedo entender por qué tantos preceptores y ex enfermeros me decían que el trabajo no vale la pena y que, en vez, debía estudiar medicina. El salario no vale lo que cuesta mental y emocionalmente.

A pesar de todo, he logrado continuar por esos momentos en los cuales veo que hice una diferencia en la vida de un ser pasando por dolor y angustia. Existen personas comprometidas con la salud y el bienestar del país. Por ello creo que debemos proveer condiciones óptimas para que este servicio se pueda proveer de manera compasiva, correcta e igualitaria. Parte de eso es que el volumen de pacientes por enfermero debe ser regulado. Hay que ver a los pacientes por los seres humanos que son. Ellos se lo merecen.


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