¿Votaremos por la corrupción o por la honradez?
Parecería que nuestro pueblo andaba resignado a que la política fuera un campo reservado a políticos inescrupulosos, y poco se podía hacer para rescatar el país. La gente decente perdía interés y se alejaba de un quehacer acaparado por personeros del PNP y el PPD, que identificaron en la política una forma de obtener beneficios personales. Para éstos, abrirse campo político significaba posicionarse de modo que pudiesen contar con el poder y los accesos necesarios para catapultar su progreso personal. Por más que se llenasen la boca con argumentos grandilocuentes, en última instancia siempre subordinan las causas “defendidas” a aquello que les resulte personalmente beneficioso y lucrativo.
Durante décadas el PNP y el PPD gobiernan solo para repartirse puestos y contratos, pues carecen de proyectos de país para sacar a Puerto Rico del marasmo, transitando hacia una mejor civilización de solidaridad y progreso.
Son brokers del poder, quienes, ante la crisis generalizada, solo identifican oportunidades de ventajearía para ellos y sus allegados. Por décadas esa clase política amoral, oportunista y corrupta ha controlado las distintas instituciones de gobierno, consiguiendo hacerse de mayorías electorales (cada vez más reducidas). Son los que en sus tomaduras de pelo al pueblo, siempre han contado con el apoyo generalizado de los medios de comunicación y de ciertos sectores de una clase empresarial oportunista muy dependiente del Estado, que luego les pasan la cuenta.
Distanciados y desencantados con la política electoral, el país ha contado con una enorme cantera de gente honrada y trabajadora con vocación de servicio, que comprenden que la salvación de los pueblos ocurre de forma colectiva. Gente que practica la solidaridad, y que viven la política como el acto desprendido de ponerse a disposición de la comunidad, entendiendo que el bienestar personal integral se alcanza a través de la mejoría de la vida en común. Muchas de ellas, finalmente van convergiendo bajo la Alianza País, y la candidatura de Juan Dalmau.
Mientras los partidarios de la política como servicio, trabajan con humildad por las causas que defienden; los politiqueros profesionales alardean mucho y laboran poco. A los primeros los encontramos de voluntarios en sus comunidades, trabajando con asociaciones voluntarias, en OSFL o en cooperativas; mientras los segundos solo pasan a convenientemente a sacarse alguna foto. Las primeras fomentan la democracia y el empoderamiento colectivo; los segundos el clientelismo y la dependencia. Como promotoras del progreso social, las primeras construyen comunidad procurando legar instituciones que continúen su obra. Los segundos actúan como polillas que carcomen las instituciones desde dentro, saboteando la capacidad de las comunidades de evolucionar. Las primeras son generosas y transparentes; las segundas egoístas y buscones.
Esa fractura entre quienes practican la política del servicio, y quienes se sirven de los vicios de la política, ha ganado centralidad de cara al próximo evento electoral. En estas elecciones el país se debate entre quienes apuestan por darle una oportunidad a la buena política del servicio honesto y desprendido, y quienes continúan indecorosamente encadenados a las prácticas clientelistas y los favoritismos de políticos oportunista e inescrupulosos. La podredumbre es tanta que, al votar el próximo 5 de noviembre, de poco nos vale permanecer atados a identitarios ideológicos. Esta vez, sencillamente se trata de decidir si para que nos representen y dirijan la administración pública, elegiremos servidores honestos y desinteresados, o sinvergüenzas y buscones. No hay excusas, con nuestro voto decretaremos si personalmente somos partidarios de la honradez, o de la corrupción.
Sobre Rubén Colón Morales
Es abogado, graduado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y de maestría de la Universidad de Harvard. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo en los años 90. Ha impartido
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