Visto desde acá: Puerto Rico, Quo Vadis?
Tras más de cinco siglos de subordinación Borinquen, tierra del valiente señor, sobrevive llena de contradicciones y desaciertos. Despotrica porque le imponen una Junta de Control que le arrebata las riendas financieras del despilfarro en el cual participó, sale enardecida a la calle en un carnaval patriótico de protesta para desbancar a un gobernador tanto por grosero como por corrupto, pero deja todo irresuelto con una sustituta que a primera vista parecía ser astilla del mismo palo. Sin poder sobre lo trascendental, Borinquen arrincona sus fuerzas en lo superficial, convirtiendo en himno a la bandera sus triunfos de belleza, deportivos y faranduleros. Locuaz para armar jaleo, titubea cuanto le toca gobernarse.
Dentro de su mogolla existencial consensa sin embargo en tres anhelos: (1) afirmarse como pueblo, (2) gobernarse sin pedir permiso y (3) accesar Estados Unidos. Pero no son afines. Percibe tener sólo tres opciones de vida pero todas cobran peaje. La independencia le garantizaría autogobierno e identidad nacional pero no le daría acceso al norte. La estadidad garantizaría ese acceso y daríale protagonismo en un gobierno soberano, pero diluiría su identidad como pueblo. Finalmente la media-agua del estado-libre-asociado le permite espacios de identidad nacional y asegura acceso al norte, pero disfraza el desempoderamiento con un fantasioso “acuerdo bilateral” y un “autogobierno” que le permitió izar su bandera pero a la sombra de la otra y cantar su himno nacional pero con una letra apendejada de “…jardín florido de mágico primor”.
Y claro, le permitieron el escudo del cordero acostado, el peor legado de la colonia española.
¿A dónde ir entonces? Sabemos que la independencia nunca fue posibilidad mientras hubieran intereses estratégicos navales y comerciales contrariándola. Sabemos también que estadidad ha sido siempre más añoranza por aceptación que amor por esa nación que todavía le es extraña. Además soslaya el desdén del consorte, que siempre la quiso como concubina pero no como familia. Y sabemos ahora que el régimen “intermedio” que le permitieron no fue ni estado ni libre ni asociado sino la cortesana de siempre, apaciguada con vestido nuevo y una tarjeta de crédito que pronto se ocupó de sobrecargar.
Así entró al siglo XXI hiper-endeudada y maniatada, sin poder de renegociar una deuda de largo plazo usada para cubrir gastos cotidianos, básico tabú gerencial. En 2008, le cayó como rayo la crisis financiera mundial que desbancó los mercados y eliminó cualquier posibilidad de refinanciar deuda “chatarra”. Quedó a merced de inversionistas buitres que compraron papel financiero a precio de remate y exigieron en tribunales el compromiso constitucional del Estado Libre Asociado de que sus deudas se pagarían a valor completo. Para estabilizar el descalabro contable, cuya enormidad amenazaba los mercados de pensiones en EEUU, éste puso a cargo la Junta de Control y comenzó el desangre.
Tambaleantes todavia en septiembre del 2017, dos huracanes la arrasan como aplanadora y para colmo una racha de terremotos en diciembre del 2019, luego remataría la poca esperanza que le quedaba de que alguien la rescataría.
Y se puso peor. Las torpes respuestas a las sucesivas crisis desvalidaron la infraestructura de partidos mientras una corrupción aún más descarada, un desdén todavía mayor por parte de EEUU y una acelerada emigración de jóvenes capacitados, con consecuente reducción en actividad económica y captación tributaria, aceleraron la caída.
Y entonces apareció el coronavirus…
Ante la apabullante situación, la insensibilidad de sus mentores y la ineficiencia y corrupción de políticos criollos, los boricuas que quedaron espontáneamente —sin gringos, ni políticos ni nadie diciéndoles qué hacer—estallaron en un tsunami solidario, tomaron riendas en una nueva economía autogestora de bases y reactivaron sus tres anhelos históricos.
Algunos tenaces rescataron así antiguos patrones de autosuficiencia económica. Otros, mirando más allá de la ciudad amurallada, playas y palmeras y del turismo post-desastre, ahora impulsan un Puerto Rico emprendedor, científico, médico y técnologico ansioso de conectar con el mundo. Aún la gobernadora suplente sorprendió, reclamando que Puerto Rico puede ser capaz de manejar sus problemas sin dirección externa. Así del agotamiento de las viejas estrategias centralistas emerge una organización comunitaria autónoma, democrática, innovadora y arrojada que evoca un Borinquen que no existía desde los tiempos taínos.
Mientras tanto EEUU, paradigma tradicional de equilibrio y seguridad, sufre por su lado una fragmentación socio-política que desconcierta a todos los boricuas, que ni son parte de ella ni la entienden. Reaccionando se aglutinan en una isla golpeada pero más segura de si misma y en una diáspora renovada y más tupida. Tenemos ahora un país gobernada bajo una Junta foránea omnipotente, un gobierno de remplazo y una demografía crecientemente tri-modal de envejecientes pensionados, jóvenes emprendedores y desempleados subvencionados.
Borinquen debe reinventarse: ella, su metrópolis y su mundo han cambiado. El imperio ya no necesita las bases navales y sin interés en la concubina no sabe qué hacer con ella. La diáspora tiene casi 6 millones con una subcultura, literatura y música propias pero sintiéndose ferozmente boricua. Su contexto latinoamericano y caribeño le sigue siendo foráneo tras haber vivido tantos años dándoles la espalda. Su referente en España es más emotivo que práctico, refugio sentimental contra la americanización.
Pero hay dos vínculos obvios aprovechables. República Dominicana lleva un siglo atada a Puerto Rico, primero por el monopolio azucarero y luego por inmigrantes. El otro es Cuba, que separados por la incursión de 1898, tras cuatro siglos ligados, mantuvieron contactos económicos y culturales hasta muy entrado el siglo XX. Estas conexiones prometen más ahora que en el descalabro de 1898: la complementaridad agrícola, de recursos humanos y recursos naturales, el potencial turístico compartido, el monitoreo de rutas comerciales del canal de Panamá hacia puertos del Golfo, este de Norteamérica y Europa. Dadas las realidades heredadas del siglo XX, la dinámica el XXI y la instrumentalización de las diásporas caribeñas, tupir el entretejido antillano es no sólo oportuno sino imprescindible.
Borinquen puede moverse dentro de esos contextos sin tener que atolondrarse ahora eligiendo entre independencia, anexión o libre asociación. Lo que el momento exige no es permiso sino arrojo a tomar las aciones que hay que tomar. Posibles acuerdos comerciales, ambientales, científicos, académicos y culturales con Cuba y Dominicana, para empezar, son obvios y explorables desde ya. Otros vendrán después. La triple crisis (mal gobierno, deuda agobiante y desastre natural) no deja otra opción que no sea lanzarse. Cuando la paren—si es que la paran—entonces tocará ver para qué lado de status elige ir. Pero en control.
Sobre Ramón E. Daubón
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