Villas del Sol: desalambrando vida con solidaridad
Con una maleta repleta de convicción y ganas, doña Nelly, como le dicen de cariño, arribó en Puerto Rico, procedente de República Dominicana, en el año 1984. Se estableció en el residencial Nemesio R. Canales, en San Juan, donde apenas dormía un par de horas antes de partir al primero de sus tres trabajos.
Tras más de 25 años viviendo, junto a sus hijos, en residenciales públicos en Hato Rey y Puerto Nuevo, doña Nelly conservó la ilusión de habitar un hogar que fuese propio, pero dada a su situación económica nunca imaginó que ese día llegaría.
“¿Qué cómo llegué aquí (a Villas del Sol)? Ay déjame recordar… Todo fue casualidad. Yo siempre quería vivir en un sitio que fuese de uno hasta que un día me encontré a una persona que vivía aquí (en Villas del Sol) y me dijo ‘¡mira! coge pa’ allá pa’ Toa Baja’, y vine y vi que estaban haciendo algo para vivir acá y eso me motivó”, contó doña Nelly, sentada en una de las sillas del comedor de la que es hoy su casa de cemento.
Pero según narró Nelly, quien actualmente vive junto a sus dos nietos, “la vida fue dura” y de mucha lucha antes de llegar a tener su residencia en el nuevo Villas del Sol.
Y es que según la socióloga Liliana Cotto Morales, la historia de la comunidad de rescatadores que actualmente se conoce como Villas del Sol “es un rompecabezas” que comenzó con un poblamiento en el año 1992 que, a su vez fue sustituido por otro grupo de personas en el 1998, luego del embate del huracán Georges en Puerto Rico.
No obstante, residentes actuales, como Aldelys Vargas Acosta y doña Nelly, identifican como punto de partida la década del 2000, cuando se encontraban en el antiguo Villas del Sol, localizado a orillas de la carretera 867, del barrio Ingenio, en el municipio de Toa Baja.
Allí fue donde Aldelys, a través de su compadre Tony, quien es uno de los primeros rescatadores, empezó a visitar la comunidad que, para aquel entonces, estaba compuesta de cientos de familias dominicanas y puertorriqueñas distribuidas en doce calles de terrenos inundables sobre los cuales habían construido casas de madera y zinc reutilizado.
De visita en visita, Aldelys y su familia se fue incorporando a la comunidad, sin todavía construir un techo en los terrenos. La lucha por la tierra se convirtió en su única oportunidad para conseguir “la paz” que ofrece la vivienda propia.
La lucha por la titularidad de los terrenos
La titularidad legal de los antiguos terrenos estaba en manos del pueblo de Toa Baja, ente que recibió fondos de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) para la reubicación de las familias de Villas de Sol, las cuales habían sido severamente afectadas por las inundaciones provocadas por el huracán Georges.
Sin embargo, de acuerdo con el organizador comunitario Waldemiro Vélez Soto, el municipio utilizó el dinero para construir el complejo de viviendas Brisas del Campanero, en el que ubicaron ciudadanos que no necesariamente eran de Villas del Sol, por lo que varias personas de la comunidad, que no tenían donde residir, retornaron al rescate.
A causa de la irresponsabilidad (del municipio), FEMA impartió multas a la administración municipal de Toa Baja, las cuales se convirtieron en parte del discurso que presentaba el entonces alcalde, Aníbal Vega Borges, ante la comunidad y la opinión pública para justificar las expropiaciones forzosas e inhumanas, las cuales comenzaron con emplazamientos ilegales a menores de edad, la colocación de muros de cemento en las calles para impedir que los residentes entraran con sus carros, el corte de los servicios de agua y luz, y, finalmente, la demolición de las viviendas de los residentes con sus mascotas y todas sus pertenencias adentro.
“Teníamos miedo de que cuando regresáramos (de trabajar) encontráramos la casa en el piso”, expresó Aldelys huyendo del recuerdo.
En el año 2009, los rescatadores vivieron una de sus contiendas más álgidas en su lucha por la tierra, cuando el gobernador de aquellos días, Luis Fortuño, colocó cámaras apuntando a las viviendas e instaló un cuartel rodante a pasos de la comunidad. Días posteriores envió la fuerza de choque para obligar el desalojo de los residentes, que entre estudiantes de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y personas solidarias le hicieron frente.
Ese día culminó con una mujer embarazada abatida a macanazos y niños empapados en lágrimas tras recibir gas pimienta en el rostro y “un señor (llamado Mejía) que todavía está traumatizado porque cuando vinieron le dieron con el taser y se fue en blanco. Perdió todo. No ha vuelto a ser el mismo”, relató Aldelys.
Sin embargo, ese día triunfó la dignidad. La policía se marchó y las familias se quedaron.
“La lucha era de ellos, y ya no estaban solos”, manifestó el arquitecto solidario Elio Martínez Joffre al relatar parte de la historia que vivió en Villas del Sol.
La lucha de la comunidad, en la etapa final, estuvo acompañada, como cuenta doña Nelly, de “un angelito” llamado el doctor Eduardo Ibarra quien donó a la Cooperativa de Vivienda de Autoconstrucción y Ayuda Mutua Villas del Sol 17 cuerdas de terreno en Arecibo que resultaron ser parte de la zona cársica del País. Noticia que fue una fortuna para los rescatadores porque el gobierno se vio obligado a permutar la tierra de valor ecológico por los terrenos que comprenden hoy Villas del Sol.
El reto de la autoconstrucción
Acorde con Waldemiro, como “regalo de navidad”, en diciembre de 2010, las autoridades gubernamentales destruyeron las residencias del antiguo Villas del Sol, lo que provocó que muchos vecinos tuvieran que alquilar vivienda mientras se organizaban, mediante el apoyo mutuo, para construir sus casas en los nuevos terrenos mancomunados.
En el interín, la comunidad chocó con la burocracia estatal. “Eso era permisos y permisos”, comentó Aldelys virando los ojos mientras se acordaba del disgusto.
Los residentes de Villas del Sol no retrocedieron. Quienes no pudieron pagar una renta y no consiguieron algún familiar con el que vivir —aproximadamente veinte familias— optaron por levantar sus casas nuevamente, esta vez en los nuevos terrenos. Los hombres, la mayoría albañiles, recibían donaciones de madera, zinc, puertas, ventanas, entre otros materiales de construcción de proyectos en los que trabajaban mientras que las mujeres, muchas de ellas trabajadoras domésticas en casas de gente adinerada, obtenían muebles y utensilios para el hogar de manos de los dueños de las viviendas en las que laboraban.
Otro obstáculo con el que han tenido que lidiar los residentes es con los servicios de agua y luz, ya que a pesar de que en el año 2012, la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) y la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) aprobaron la instalación de los servicios —esenciales—, Villas del Sol en la actualidad no posee ni conexión de luz eléctrica ni conexión de agua potable.
“La dignidad de esta gente es tanta que mientras mucha gente se roba la luz y el agua por ahí, ellos hicieron una protesta frente a la alcaldía (de Toa Baja) exigiendo que les cobraran agua y luz”, dijo Waldemiro haciendo referencia a la manifestación que llevaron a cabo los residentes de Villas del Sol el 19 de enero de 2010.
“A estas alturas todavía no tenemos ni agua ni luz del gobierno, pero nos la hemos ingeniao”, dijo con una risa de orgullo doña Nelly mientras señalaba el sistema de baterías de acumulación de energía solar que tiene instalado en su casa.
¡Sin duda que se las han ingeniao! Para esto han utilizado como base la autogestión y la solidaridad. Primero, utilizando agua de lluvia y plantas eléctricas, luego haciendo instalaciones de los mismos recursos de las instrumentalidades (AEE y AAA) y ahora moviéndose a placas solares para la generación de energía renovable.
“La idea es convertir a la comunidad en completamente independiente del gobierno para lo que tiene que ver con utilidades”, puntualizó el arquitecto solidario Martínez Joffre quien trabaja con la comunidad desde que estaban en los antiguos terrenos.
El huracán María: un reto, una oportunidad
“Cuando ese monstruo empezó a azotar esas ventanas esta casa parecía que se iba a caer… Esto fue una devastación… Yo perdí mucho y aquí los primeros días no vino ni FEMA ni la Cruz Roja ni na’ de eso. Estábamos nosotros mismos”, reseñó doña Nelly en compañía de Ivana, una de sus dos perras.
Con peor suerte corrieron los que tenían sus casas de madera y zinc, esos lo perdieron todo. Pero “Villas del Sol es una comunidad que no se quita”, afirmó el obispo metodista Juan Vera, quien hasta el año pasado ofreció a los residentes servicios ecuménicos todos los domingos.
Ante los estragos, cientos de personas hicieron muestra de solidaridad. Donaron materiales para la fabricación de casas, placas solares, comida, en fin, fue un oasis dentro de la desgracia. Les abrió la brecha hacia una nueva etapa en la que pudieron reconstruir en cemento el centro comunal y decenas de casas. Los hogares de madera que allí quedan “se pueden contar con los dedos de una mano”, mencionó Aldelys y lo pude constatar.
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Además, lograron colocar brea a los caminos que antes eran de fango. Un paso que posibilitó que el municipio, después de décadas, entrara a recoger la basura.
Como dice doña Nelly, “Waldemiro tiene ángel”
En plena contienda, año 2007, Waldemiro era para ese tiempo estudiante de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ahí dio comienzo su desborde de solidaridad por la comunidad de Villas del Sol al ingresar en la lucha en contra de la expropiación forzosa y a favor de la vivienda digna para los residentes. De ahí en adelante ha acompañado la comunidad desde el gas pimienta y los macanazos hasta la construcción del nuevo Villas del Sol.
“Waldemiro da tutorías, ha luchado por nosotros sin pedir nada a cambio y es una persona muy querida aquí en Villas del Sol”, declaró doña Nelly con una voz que denotaba el aprecio que tiene por él.
En el año 2016, Waldemiro junto con la comunidad fundaron la organización sin fines de lucro Sol es VIDA, la cual se ha encargado de, junto a voluntarios, realizar campamentos de veranos para la niñez, la rehabilitación del centro comunal, la impartición de tutorías y la confección de talleres para adultos.
A través de Sol es Vida nació la iniciativa TropiShirt mediante la cual las jóvenes de la comunidad trabajan en la formación de una cooperativa juvenil dedicada a la serigrafía y el bordado en textiles. La finalidad es que TropiShirt sirva de fuente de empoderamiento y de ingreso para las chicas de Villas del Sol.
Waldemiro ha sido puente entre la academia y la comunidad desde que en el antiguo Villas del Sol recogía activistas universitarios en Río Piedras, los montaba en su Dodge Caravan y los llevaba a la comunidad para que, junto a él, apoyarán emocional y físicamente a los residentes en su lucha contra las autoridades.
Tanto su aportación como la de sus compañeros estudiantes ayudó a concientizar a la comunidad sobre el rol político que asumían al ocupar los terrenos. Para ellos —los universitarios— era importante que los residentes reconocieran que el hacerle frente al gobierno por la tierra simbolizaba una gesta política contra los intereses del sistema capitalista que no permitían las condiciones para que los empobrecidos tuvieran acceso a una vida digna. No eran invasores, sino rescatadores de unos terrenos y en eso se inisistió “bien duro”, dejó saber Waldemiro.
Ejemplo de vida digna
Yo —¿Cuál ha sido la clave para el triunfo de la comunidad?
Doña Nelly —La unión que tenemos nos ha dado fuerza.
Obispo Vera —La perseverancia, los deseos de no quitarse, lo trabajadora que es la comunidad.
Yo —Cuando te digo Villas del Sol, ¿en qué piensas?
Doña Nelly —Gracias a Dios tengo mi casita.
Aldelys —Aquí yo estoy en paz.
Doña Nelly —Me moché el ombligo y lo sembré aquí.
Sobre Joshua García Aponte
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