¿Cooperativismo libertario?

¿Cooperativismo libertario?
Los ultras neoliberales que se hacen llamar “libertarios”, poco o nada tienen que ver con el concepto seminal de la palabra, originalmente reivindicada por movimientos anarquistas de finales del Siglo XIX.

En escritos anteriores hemos puntualizado los orígenes anticapitalistas del cooperativismo. Y es que, el cooperativismo nace al calor de las luchas sociales de su época, como parte de una amplia gama de repuestas de las clases trabajadoras a las condiciones generalizadas de desposesión que les impuso el naciente capitalismo industrial, en la Europa de mediados del Siglo XIX.

Se trató de diversos esfuerzos por colectivos de consumidores y de trabajadores por establecer emprendimientos económicos cuya lógica no fuese generarle réditos a sus inversionistas, sino el satisfacer directamente las necesidades de vida de sus usuarios. Para ello, diseñaron un modelo de empresas sin afán de lucro, bajo el cual los usuarios colectivamente y de forma democrática, asumen el papel de empresarios, eliminando de la ecuación económica a los intermediarios capitalistas con su interés de extracción de ganancias a costa de las necesidades colectivas.

Mientras en el capitalismo la célula básica de funcionamiento en torno a la cual se teje todo su entramado de relaciones sociales de dominación son las empresas de capital con ánimo de lucro; la unidad básica del cooperativismo no se encuentra constituida por empresas que asumen el capital como elemento estructurador y orientador dominante, sino que existen para satisfacer equitativamente las necesidades comunes de sus miembros. Así, pudiéramos decir que mientras el DNA del modelo económico capitalista se compone de dinámicas competitivas alimentadas por intereses egoístas, el DNA del cooperativismo está conformado por cadenas colaborativas potenciadas por sentimientos de solidaridad.

Relacionado a lo anterior, hemos apuntado cómo la ideología capitalista neoliberal predominante durante las últimas décadas consiste de un sistema de creencias las cuales niegan la naturaleza social y esencialmente colaborativa de los seres humanos, así como el papel fundamental que jugó esa capacidad de cooperar en el desarrollo de la especie. Para el neoliberalismo los seres humanos somos egoístas por naturaleza y por lo que la realización de esa naturaleza se manifiesta mediante la promoción de nuestros intereses individuales en una perpetua lucha contra los demás por acaparar recursos privadamente, para así seguir creciendo y acumulando riquezas infinitamente. Retomando las referencias biológicas, esa pulsión de crecimiento continuo e ilimitado que se introduce en los sistemas colaborativos, destruyéndolos desde su interior, tiene un nombre: se llama cáncer; y se distingue por la particularidad de que mientras más crece, más acelera su propia destrucción, al comprometer la capacidad de sobrevivencia del organismo que lo alberga. 

Por eso, en esta etapa del capitalismo en la que nos encontramos, resulta imposible negar la crisis civilizatoria a la que nos arrastra, con sus lógicas necrófilas de destrucción de la naturaleza, sus obscenos niveles de desigualdad y pobreza, y su continuo afán de guerra. Ante tal disyuntiva, la máxima de Antonio Gramsci respecto de que durante el claroscuro que se produce entre la muerte del viejo mundo y lo que tarda el nuevo en aparecer, surgen los monstruos; no pudiera resultar más esclarecedora. Una de esas monstruosidades recientes es el surgimiento de sectores defensores del neoliberalismo a ultranza que se hacen llamar “libertarios”. Estos, cuyos principales referentes políticos son figuras sociopáticas y narcisistas como las de Bolsonaro, Trump y Milei, defienden la eliminación de toda restricción a la libre operación de las empresas, para que sea el mercado capitalista el único “regulador” de la vida económica. En ese sentido, proponen culminar el proceso iniciado por el neoliberalismo de desmantelamiento de los Estados Nacionales, los que identifican como la principal institución social capaz de imponerle restricciones al proceso mundial de concentración de capitales, mediante la adopción de medidas de justicia redistributiva y de equiparación de las desigualdades sociales que esa acumulación genera.

Para esos autoproclamados “libertarios”, el Estado no debe que jugar ningún papel en la economía, ni le corresponde garantizar un mínimo de condiciones materiales para la ciudadanía. No más educación y salud pública, no más legislaciones de protección laboral y salarios mínimos, no más regulación de los monopolios, no más, redistribución de la riqueza mediante políticas fiscales, no más protección del medioambiente; y al final, no más convivencia humana en democracia. Se trata de un ataque a los conceptos más básicos de equidad y justicia social que alcanzado los pueblos con sus luchas a los fines de promover una mayor igualdad, no solo en las formalidades políticas, sino también las condiciones socioeconómicas que posibilitan que la ciudadanía pueda ejercer sus derechos con mayor eficacia. Es decir, la eliminación de las políticas sociales que promueven el ejercicio de la condición ciudadana como una ciudadanía de facto y no meramente como una ciudadanía de jure.

De tal modo, el proyecto evidente de los ultras neoliberales, es acabar de una vez y por todas con el concepto del Estado Social de Derecho; noción que se afianzó en el mundo occidental durante el Siglo XX, tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, el surgimiento del campo socialista, las victorias anticoloniales, así como los movimientos por los de los derechos civiles. Ese concepto de Estado Social de Derecho, en lo político descansa sobre el principio de la soberanía popular como fuente de poder del Estado, la cual se manifiesta mediante el reconocimiento de una igualdad formal en derechos y de la legitimidad del ejercicio del poder a través del sufragio universal.

En lo económico, se caracteriza por una evolución de la idea del Estado al calor de las luchas sociales, reconceptualizados como representante del del bien común, y cuya efectividad requería del establecimiento de medidas para regular las desigualdades sociales. Ello, ya sea mediante normas para regular los mercados, o incluso a través de su gestoría directa de algunas áreas esenciales de las economías nacionales. Bajo ese modelo de Estado Social, aún bajo un sistema económico capitalista, muchos gobiernos asumieron la tarea de ayudar a satisfacer unas necesidades humanas básicas a sus poblaciones (salud, educación, vivienda, alimentación, derechos laborales, jubilaciones, etc.), dependiendo de las capacidades de cada país. Según mencionamos, se trató de una evolución en la concepción del Estado, reeditado como una institución promotora de la cooperación social entre una ciudadanía compuesta por individuos que se reconocían como iguales en derecho y a quienes, en consecuencia (aunque fuera a niveles básicos), se procuraba garantizarles cierta igualdad de oportunidades socioeconómicas.

En sentido contrario, la concepción del Estado de los ultras neoliberales de moda, es la de un Estado ausente, que no procure democratizar las oportunidades de progreso social, y que solo sirva para aplacar la respuesta social ante el agravamiento de las desigualdades y la pauperización generalizada de las poblaciones inherentes al capitalismo. Un Estado mínimo, cuya función sea imponer un orden desigual fundado en la competencia económica extrema entre personas desigualmente posicionadas, y que desplace las dinámicas colaborativas promotoras de una mayor igualdad social. Estados incapaces de defender sus espacios de soberanía nacional (de la cual depende el ejercicio de la soberanía popular en nuestros tiempos) frente a las tendencias globalizantes de la economía capitalista y las multinacionales. Un modelo de Estado donde el concepto democrático de la soberanía popular sea remplazado por el poder elitista del dinero; instaurándose una tiranía de los económicamente poderosos sobre el resto de la sociedad, por el mero hecho de ser los económicamente poderosos. En palabras de Noam Chomsky donde las megacorporaciones pueden hacer lo que quieran sin interferencias.[1]

Pero, no seamos incautos. La destrucción del Estado que promueven los autodenominados “libertarios” no se trata de una eliminación de las funciones represivas que ejerce dicha institución a través de sus aparatos militares, policiacos y carcelarios sobre las poblaciones pues tales resultan imprescindibles al mantenimiento del orden en sociedades cada vez más desiguales. En ese sentido abogan por Estados aún más autoritarios, fuertes y opresivos, pero solo contra las poblaciones, no contra las élites económicas. Un Estado de libertad plena para el capital, y de absoluto sometimiento de los pueblos.

Por eso resulta importante que seamos capaces de trascender las etiquetas y de entender tales categorías sociopolíticas en función de sus verdaderas manifestaciones. No debemos dejarnos engañar por estos ultras neoliberales que se hacen llamar “libertarios”, adjudicándose un concepto que poco o nada tienen nada que ver con el concepto seminal de la palabra, que fuera originalmente reivindicada por movimientos anarquistas de finales del Siglo XIX y principios del XX que rechazaban someterse a la autoridad de jóvenes Estados Nacionales operando al servicio de la clase capitalista. Tales libertarios defendían el derecho de las personas a organizarse en colectivos autónomos autogestionados y ejercer un poder comunitario como el medio para alcanzar una mayor igualdad social. Los mismos, al igual que otras corrientes de pensamiento contestatarios de la época, tales como tendencias socialistas, feministas, sindicalistas y socialcristianas, influyeron en los orígenes del cooperativismo. No obstante, nada tienen que ver los pseudo libertarios de ahora con los referidos movimientos emancipatorios vinculados al cooperativismo.

No nos equivoquemos. Los de ahora no son libertarios, sino libertinos, y así se les debería nombrar. No buscan emancipar a los seres humanos de los distintos sistemas de dominación socioeconómica para que podamos aspirar a vidas plenas; sino liberar al capital para que pueda seguir explotando a las masas trabajadoras y consumidoras a sus anchas, y destruyendo el medioambiente. Según se define comúnmente el término, el libertinaje es un tipo de conducta caracterizada por un ejercicio abusivo y descontrolado de la libertad propia, actuando de forma tal que no se consideran los derechos de las otras personas, ni se asumen las consecuencias de los daños que se les producen. El libertinaje choca con el principio equitativo de que la libertad de uno termina donde empieza la de los demás, al reivindicar facultades irrestrictas de hacer lo que nos viene en gana, en función de meros intereses personales. Por eso, este nuevo libertinaje capitalista se trata de una conducta claramente antisocial. Y como el ejercicio de su “libertad” por los libertinos no reconoce límites sociales en el derecho ajeno a hacer lo propio; en última instancia ese libertinaje, constituye una ideología reñida con los valores cooperativistas y su defensa de la igual dignidad humana. Al contrario, este nuevo libertinaje capitalista es una idea fundada sobre la institucionalización de un desprecio sistemático por las demás personas, y el repudio de la solidaridad social.

Lamentablemente, ya han arribado a Puerto Rico distintas corrientes de estos falsos profetas de la libertad, quienes expresamente han declarado su intención de auspiciar candidaturas políticas de personas comprometidas con sus propuestas de políticas públicas antidemocráticas e insolidarias. Pero, más tétrico aun, resulta enterarnos de que existen entidades que se hacen llamar cooperativas que han declarado públicamente su adhesión a esos grupos. Se trata asuntos que debemos discutir a profundidad dentro del cooperativismo puertorriqueño, pues en última instancia esas políticas públicas eventualmente se enfocarán contra el cooperativismo en cuanto movimiento democrático que procura una mayor justicia y equidad social. En nuestra opinión, no se trata de un asunto que deba dejarse pasar simplemente como algo anecdótico, sino que resulta necesario asumirlo en toda su complejidad; para evitar que los deslices de hoy se conviertan en las tragedias de mañana. Después de todo, el cooperativismo es un modelo económico filosóficamente atado a un sistema de principios y valores éticos, democráticos y solidarios, que condicionan todo accionar. En ese sentido, no debemos mirar para otro lado cuando sectores dentro del cooperativismo se desentienden de esos parámetros doctrinales. Con sentido de urgencia habría que reorientarlos y traerlos de vuelta a los caminos de la solidaridad, y, sino, entonces debemos denunciarlos como lo que son, falsos cooperativistas.


[1] Chomsky, N. “Sobre la tiranía del libertarismo”, BLOGHEMIA (27 de julio de 2024).


Sobre Rubén Colón Morales
Rubén Colón Morales

Es abogado, graduado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y de maestría de la Universidad de Harvard. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo en los años 90. Ha impartido


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