Ideas simples para transformar el mundo
El movimiento cooperativo moderno reconoce como su hito fundacional el momento en que se constituyó la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale en Inglaterra, en el 1844. Si bien existieron experiencias previas de emprendimientos cooperativos, los Pioneros de Rochdale fueron quienes por vez primera elaboraron un conjunto de normas para la operación de su empresa cooperativa, las cuales dieron pie a los Siete Principios Cooperativos hoy reconocidos por el cooperativismo internacional.
Según dejaron consignado los Pioneros en sus estatutos constitutivos, ese grupo de cooperativistas fundacionales se proclamó como seguidor de las ideas de Robert Owen, un industrialista y experimentador social. A principios del Siglo XIX Owen publicó una serie de ensayos bajo el nombre de A New View of Society, a raíz de sus experiencias como reformador social en la comunidad del County of Lanark. De tal modo, la idea de los Pioneros de establecer un emprendimiento económico de propiedad colectiva para satisfacer necesidades comunes, que fuera democráticamente dirigido, y donde los excedentes se redistribuyeran en beneficio de la comunidad, proviene del pensamiento oweniano.
Owen defendía la idea de que el motor de la transformación social debía ser la educación. Pero no se trataba de cualquier tipo de educación. En la medida en que entendía que la generalidad de los problemas sociales tenía sus génesis en las desigualdades sistémicas que el capitalismo industrial generaba entre las poblaciones de los distintos países, así como entre las naciones; Owen sostenía que era necesario comenzar por educar y formar a las personas en el ideario de la colaboración y el servicio al prójimo, en vez de fomentar la competitividad y el individualismo egoísta. Esa educación debía estar disponible para toda criatura humana por igual, con total independencia de cualquier consideración sobre su estatus social, género, origen étnico o creencias religiosas. Se trataría de un principio universal, que no admitiría ningún tipo de exclusión, ni limitación.
Owen declaraba que todo su pensamiento partía de una verdad irrefutable. Sostenía que ninguna persona se forma a sí misma, sino que nuestras maneras de actuar y de pensar siempre son el producto de la educación que recibimos dentro del entorno familiar y social en el que crecemos y nos desarrollamos. Y en la medida en que el carácter es formado en los individuos y no por los propios individuos, cualesquiera tipos de sentimientos serían susceptibles de ser cultivados en las personas, y por tanto, en las comunidades y sociedades en las que conviven. Cada ser humano alberga la potencialidad de decantarse por modos y actitudes esencialmente colaborativas, en vez de egocéntricas y utilitaristas, si desde infantes la comunidad les educara para colaborar y servir al prójimo. Si cada infante fuese educado racionalmente en el principio de procurar la felicidad de los demás, pensaba Owen, la búsqueda de la propia felicidad entonces procurará siempre la felicidad de toda la comunidad, con lo que se eliminarían la generalidad de los males sociales, al prevalecer el bien común. Por eso, defendió incansablemente por que el sistema educativo de Inglaterra adoptara tales principios.
Para Owen, cualquier proceso genuino de cambio social profundo, tendría que ser necesariamente gradual pues no era posible imponer una forma de pensar y actuar a personas mal formadas. Se necesitaría tiempo para, trabajando desde las limitaciones de las instituciones existentes y con personas formadas en los viejos sistemas sectarios, poder ir estableciendo las instituciones de una nueva sociedad conformada por personas educados como seres esencialmente cooperadores y caritativos. Para Owen, su propuesta de transformación social se trataba de un conjunto de ideas simples basadas en verdades incuestionables, cuyo mayor obstáculo era encontrar voluntades dispuestas a ponerlas en práctica pacientemente.
Por esa razón no puede sorprendernos el que quinto principio cooperativo consagre la educación cooperativista como central al desarrollo del cooperativismo, pues en el mejor sentido oweniano, se necesitan personas formadas en sentimientos de colaboración recíproca para poder adelantar los fines del cooperativismo. Fines que no se limitan a aquellas destrezas empresariales que les permitan contribuir eficazmente al desarrollo de sus cooperativas; sino fundamentalmente el formarse en los principios filosóficos del cooperativismo, de forma tal que sean capaces en todo momento de promover el establecimiento de relaciones de colaboración y ayuda mutua solidaria entre las personas sobre bases de fraternal igualdad humana. Una educación cooperativa que nos permita visualizar el advenimiento de ese nuevo modelo de sociedad posible.
Ante la crisis civilizatoria a la cual nos avoca el capitalismo con su ideología neoliberal prevaleciente; cada vez resulta más apremiante encontrar alternativas sistémicas que nos permitan redirigir la senda futura de la humanidad. El cooperativismo con su modelo de economía social no-estatizado, favorecedor del bien común mediante de una equitativa atribución de las riquezas y un consumo racional respetuoso del medioambiente, así como con sus sistemas de gobernanza democrática en todos los ámbitos de las relaciones humanas (incluyendo en el orden económico empresarial); cada vez más es identificado por amplios sectores sociales como la alternativa más viable para corregir el rumbo de la humanidad. Se trata de una alternativa que ha demostrado ser empresarialmente exitosa, pero sin menoscabar la justicia, equidad y solidaridad social, ni sacrificar nuestros anhelos de democracia y libertad.
Para ello, no podemos olvidar que el anhelo de los fundadores del cooperativismo siempre estuvo vinculado a su compromiso de luchar activamente y mediante acciones concretas en la transformación del sistema imperante, hasta eventualmente conseguir suplantarlo por un modelo de sociedad comunitarista armonioso. Una sociedad donde prevaleciera la colaboración, la solidaridad y el altruismo entre los seres humanos, y en el cual el fin de la actividad económica estuviese orientada a la satisfacción generalizada de las necesidades humanas, y no en función de la insaciable acumulación de ganancias individuales.
Sobre Rubén Colón Morales
Es abogado, graduado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y de maestría de la Universidad de Harvard. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo en los años 90. Ha impartido
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