Uno, dos, muchos Casa Pueblo
Siento que bordeo la redundancia si hablo de la belleza de la última victoria de Casa Pueblo: la celebración de su 35 aniversario. Porque Casa Pueblo es la defensa de una “patria geográfica” (“patria es saber los ríos”), una historia de resistencias e independencias, de proyectos para la vida, de esperanzas, de tantas cosas que se repiten y se reproducen cada vez que allí, desde el centro mismo del país, crean algo. Y todo eso junto constituye su mística (única, irrepetible). Una mística de 35 años.
Pero las místicas -por su propia naturaleza- son bellas. Así, hablar sobre la belleza de una mística es como decir la hermosura de la hermosura, como afirmar la afirmación.
Me parece más interesante, no obstante, ver la celebración de los 35 años de Casa Pueblo -el simbolismo del desfile feliz de cientos de personas, líderes comunitarios, jóvenes, voluntarios, gente que crea, gente que cree- como una negación de la negación.
Es don Alexis Massol quien dice que “la negación de la negación es una afirmación”. En un momento que se percibe lo suficientemente tétrico en el país, creo que la ‘peregrinación’ de toda esa gente hasta Casa Pueblo en Adjuntas fue un acto de afirmación para negar la negación.
“Se está cayendo el Gobierno”, dice Arturo, presidente de la Junta de Directores de Casa Pueblo, hijo de don Alexis, científico, líder. “Pero el país es viable”. Hay ríos y bosques, aguas, aves, infraestructura verde, talento, deseo. Hay un país entonces.
Tinti Deyá, co-fundadora de Casa Pueblo, ha descrito el aniversario como “un evento sublime con mucho contenido. Era evidente el alto compromiso de los asistentes, de su agradecimiento por el trabajo realizado en un clima lleno de solidaridad. Trascendió y se reafirmó el compromiso por el trabajo por la Patria”.
Para Massol padre, el abrazo comunitario en Adjuntas fue una celebración de la armonía. “Había mucha armonía en la gente, en las diferentes actividades como si fuera una pieza musical. La gente estaba en un mismo tempo, al unísono con la autogestión. Fue como un concierto de voces que naturalmente se acoplan sin ensayo alguno, un orquesta en sí mayor. Dijeron sí a seguir con Casa Pueblo, sí a mantener y desarrollar lo que hemos construido, al cambio generacional, a un futuro que le devuelve la dignidad a la tierra. Fue una ocasión sublime, con una mística que me conmovió”.
Ese domingo, Casa Pueblo se multiplicó. Hubo recorridos guiados por algunos de sus proyectos tales como el posterriqueño, el mariposario, el Bosque Escuela y la Escuela de música. También artesanía, talleres de arte, espectáculos, música, danza folklórica y hasta magia.
Tras un conversatorio con Alexis Massol y Tinti Deyá dirigido por Yolanda Vélez Arcelay, se celebró una ceremonia de relevo de la bandera que marcó la afirmación de 35 años de luchas comunitarias, el compromiso por un futuro con nuevos actores y el desarrollo de nuevo liderazgo. Al relevo de la bandera sonó la Boriqueña y Verde Luz al violín por la joven Yessy Pagán.
Algunos de esos líderes del país que llegaron hasta la celebración de 35 aniversario de Casa Pueblo el domingo 26 fueron Jorge Oyola, de la Comunidad de los Filtros en Guaynabo; Justo Méndez Arámburu, de Nuestra Escuela; el Dr. Pedro Torres de la Reserva Punta Tuna en Maunabo; Sylvia Henríquez, de las comunidades de Cataño; Charlie Hey Maestre, director de Servicios Legales de Puerto Rico; Mariluz Jiménez, directora de la Clínica de Asistencia Legal de la UPR; el abogado ambiental Pedro Saadé; Dylcia Pagán, ex-prisionera política; Carlos y Carmencita Lazarte, de la compañía Cimarrón que dirige Brunilda García y que desde los inicios apoyaron culturalmente al desarrollo de la autogestión en Casa Pueblo.
Destacó también el apoyo del comercio adjunteño, así como organizaciones comunitarias, cívicas y religiosas de ese pueblo como Domingo Monroig, director del Hospital Castañer; la tropa de Boys Scouts 512; Jun Ramos, empresario de las Villas de Sotomayor; Tito Rivera, del Restaurante Brisas del Río; Fidel Santiago y Nicky Vázquez, del movimiento pro-pavimentación de la PR10; y el pastor José Ortiz, de la iglesia Bautista, entre muchos otros.
“Patria es saber los ríos”
“Patria es saber los ríos”, dice ese poema, Distancias, de Juan Antonio Corretjer.
Lo bueno de ser de un lugar (tener país, “patria”) es que una sabe las direcciones. Por dónde ir. De qué gentes y lugares huir. Sabe dónde residen el espanto y la dulzura; el monte verdísimo, bestial. Si se recorren los ríos, las montañas, cierta belleza pura de este país; si se encuentra un colmado viejo, vacío, en el camino, hay algo allí que se comprende: un arquetipo, información (¿sanguínea, linfática, radiográfica?) de esta especie de campo magnético nuestro. Si se entra por donde no se debe, se sabe salir, librarse de algo. Se tiene, como incrustado, un mapa perfecto de este archipiélago. Es algo que llega con la adultez.
Casa Pueblo, con sus 35 años de defensa de la “patria geográfica” (edad adulta) tiene algo que ver en esto.
Sobre Mari Mari Narváez
Periodista, guionista, columnista, publicista, productora. Es coautora de <em>Fuera del quicio</em> (Aguilar, 2007) y <em>Palabras en libertad: entrevistas a los ex-prisioneros políticos puertorriqu
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