Una revolución en mí

Una revolución en mí

Matar me place. Podría decirlo diferente, pero no deseo. Matar es matar. No engaño.

Lo descubrí en Bangkok apretándole el cuello a un chico más de lo debido. Jugábamos en el cuarto del hotel. Su cara delataba el disfrute. Igual que la mía. Fue hace trece años. Mi iniciación.

Me horroricé. Asesinar es algo único, y más con tus manos. Experiencia rudimentaria, salvaje. Pensé que sería traumático. No. El horror desapareció rápido. Tremenda sorpresa.

 Lo maté y distinguí otro yo que me era desconocido. Un genio saliendo de la botella para develar fantásticas posibilidades. Potente descubrimiento. Una revolución en mí.

Llamé a papi para contarle. Nunca hubo secretos entre nos. Fomentó la confianza desde niño. Dijo que me contactarían. En pocas horas se resolvió todo. Sin contratiempos ni preguntas. El contacto aseguró que podría volver cuantas veces quisiera. Un chico sin familia. Nadie lo buscaría. Mejor así.

A Bangkok he vuelto innumerables ocasiones. Una ciudad extravagante. Igual, me encantan Kret y Yai. Claro, he visitado otros tantos destinos donde estoy a mis anchas.

Que la primera vez no trajera consecuencias indeseables me ayudó a reflexionar calmadamente sobre el acto. Suelo darme unas copas antes de abordar cualquier avión y esa vez no lo hice. En un cómodo sofá, tomé tiempo para pensarme matando. Los juegos iniciales, las risas, los licores, su cuello delicado, la palidez facial, sus ojos, la fuerza en mis manos. Cómodo. Si me hubieran dicho que sería así no lo creería. Hubiera reído o quizá espantado. Hay que experimentarlo, lo digo sin reservas. Uno tiene ideas y esquemas sólidos e inviolables en la cabeza y, de repente, se desbaratan. Estruendo dentro de uno y adviertes tu gran equivocación, las limitaciones mentales que nos imponen y jamás cuestionamos. Nos manipulan terriblemente. La de imbecilidades que repetimos como grandes verdades. Matar es descubrir un mundo novedoso con probabilidades maravillosas. Sin culpa ni pena ni falsa conciencia ni miedo. Matar desató cosas dentro de mí. Matar me dio una nueva vida.

Soy privilegiado. Mato por placer y cuento con los medios necesarios para que sea seguro donde vaya. Un lujo, por eso disfruto al máximo.

Trabajo en la unidad estabilizadora de la sala de traumas del Centro Médico. Soy cirujano. Allí todo es intenso. Vemos cosas horribles, sin tregua. Quieras o no, eso pasa factura. Iba a una psiquiatra para hablar mis cosas, botar los golpes, descomprimirme. Me gustaba, era beneficioso. Pero matar cambió todo. Es mi válvula de escape contra ansiedades y frustraciones. Y no fui más. No la necesito.

Fantaseo con matar acá, sin montarme en un avión porque eso también cansa. Hay ocasiones que me gustaría hacerlo rápido, como cuando estás estresado y vas directo al spa a darte un buen masaje. Aunque se queda en fantasía, conseguir menores es impensable en la isla. No sé si se hace, lo que sí sé es que no me arriesgo, sería estúpido. Papi me lo advirtió y yo, eufórico por el primer asesinato, no entendí. Luego caí en cuenta. Hay placeres que demandan alta discreción y rigor. Lo contrario sería fatal. Jamás he matado acá. Se han presentado ocasiones de cierta probabilidad, pero no cruzo la línea. Visito un club privado donde se hacen muchas cosas y ahí actúo como los demás. Normal, bajo perfil. Tampoco hablo estos temas con nadie. Heredé los contactos de papi y sólo ellos saben. Tienen mi plena confianza.

Pronto tengo un viaje a Venezuela. Pensarán que es una locura ir allí con esa mierda de Maduro y las elecciones. Al contrario, ahí están las buenas oportunidades. Es la segunda vez que voy. He visto fotos de lo disponible en Maracaibo, Mérida, San Cristóbal, Puerto de la Cruz. Aun no decido, aunque sé que serán dos semanas muy amenas.


Sobre Josué Montijo
Josué Montijo

Josué Montijo (1975, Ponce) es escritor e historiador. Después vino la zozobra (Ediciones Laberinto, 2024) es su libro más reciente.


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