Una musa para un millón de canciones

Una musa para un millón de canciones

Rebotando una pelota de goma entre su mano y la pared, Agustín se encuentra acostado en el sofá de su sala intentando descifrar una idea para escribir su próximo artículo. Luego de escuchar un sin número de discos, fumar películas sin sentido y seguir rebotando la pelota, sonó su teléfono como un respiro de salvación. La llamada venía desde la oficina de su revista musical, para un encargo de entrevistar a la gran estrella rockera del momento, el Ruso Blas. Agustín periodista de profesión, compositor de nacimiento, no podía creer la oportunidad que se le estaba presentando en los últimos minutos de esa noche. Una entrevista con su estrella favorita, con su ídolo del rock, era todo lo que había estado esperando desde que decidió cursar su carrera en periodismo musical. Al fin podía hacerle todas las peguntas que se pasó formulando por si en algún momento de su vida, por un golpe de suerte se encontrara con su inspiración, Ruso Blas.

La noche de la entrevista, Agustín logró pasar como parte de la prensa al camerino donde se encontraba Rufo Blas antes de dar el último concierto de su gira, y quizás de su historia. Agustín, cada vez más nervioso, ya sentado frente al Ruso, le da al botón de la grabadora para archivar la entrevista, o mejor dicho, el momento más grande de su vida. Ya casi al final de la entrevista, luego de hacer todas las preguntas de libreto que piden las editoriales, se fue de tú a tú con su ídolo, como si se tratara de un amigo más. Comenzó a hacer las preguntas imprevistas que su jefa le había pedido que no hiciera. Comenzó a hablar como si fuera una conversación íntima entre amigos, que ninguna cámara o grabadora pueden capturar. Agustín buscaba el reportaje de su vida, no el que le había pedido la revista. La única manera de lograr eso era desacralizando la figura del Ruso Blas, tratarlo como una figura humana y no como un dios del rock, condición que Ruso aceptó sin darse cuenta. Durante la conversación, Agustín se reflejaba en Ruso, como un chico buscando sus sueños. Ya no se sentía una estrella, se sentía como el humano al que llegó ser en su vida. Cuando el tono de la entrevista se tornó en una plática amigable, Agustín le soltó la última pregunta, acerca de su canción favorita de Ruso Blas. “¿Cómo llegaste a escribir, o que te inspiró a escribir La canción de mi vida? Un tema que me ayudó a encontrar el rumbo en un momento en el que estaba perdido, a la deriva sin saber a dónde ir”. Luego de diez eternos segundos en silencio, Ruso Blas contestó como si nunca hubiera hablado del tema.

“Todos sabemos la historia que se esconde detrás de nuestra canción favorita. Esa con la que aprendimos a crecer, a caer, a dar el primer beso, a drogarnos, a no olvidar y a extrañar los mejores recuerdos. La canción que nos enseño a vivir. Pero te tengo que decir Agu, que el fondo del fondo del origen del origen de esa canción, se encuentra una diosa, una joya, una piedra, una corriente llamada musa. Gracias a ella existe esa canción, es ella la que impulsa esa letra y melodía que nos hizo crecer y sentir, la que tenemos tatuada en la identidad de nuestro ADN, llevándola a cada lugar que vamos. Acaso nos preguntamos, ¿por qué nadie cuenta su historia? ¿Cómo desde el silencio más oscuro hace nacer la melodía más brillante? Quizás nadie cuenta su historia porque solo se dan a conocer en el misterio. ¿Y si son ellas las que cuentan nuestra historia? Porque son ellas las que se agarran al alma del autor. Nosotros los cantantes no elegimos a la musa, ella nos elige a nosotros. Tarde temprano cada quién termina conociendo a su musa. Ella es el filtro a través del cual nuestra vida se vuelve canción, el punto en donde el alma y la cabeza se conectan.  Son ellas las que llevan tu canción a donde todas quieren llegar, al corazón de la gente, y por supuesto, a las luces del escenario.

No sé si te contesté la pregunta, si le puse el brillo a lo que dices que será tu mejor reportaje, no lo sé. Pero te voy a dar un consejo, no es mi historia la que tienes que escribir, para volverte grande. El reportaje de tu vida debe ser sobre ti. ¿Quién te conoce mejor? Sé que tienes alma de autor, solo te falta encontrar la musa, pero no la busques, porque ella te encontrará a ti. Y cuando te encuentre, revivirás grandes momentos de tu vida, te enamorarás de ella, te hará escribir grandes letras, y no las vas a dejar desparecer por nada que pase. Pero las musas, querido rockero, las musas son pasajeras. Ellas van y vienen, no son la vida real. Entonces, te llegará el momento de darle las gracias, aprender a dejarlas ir, y cerrar la página para volver a ser libre, al igual que ellas. Al igual que yo. Eso es todo lo que puedo decirte”.

Con esas palabras el Ruso Blas terminó la entrevista con Agustín, quien se quedó pensando en esas últimas palabras mientras veía a su ídolo caminando hacia las luces del escenario estallado por los gritos ansiosos del público, para dar su último concierto, y cantar por última vez “La canción de mi vida”. Agustín no esperó a que terminara el concierto, decidió irse antes ya que sabía cómo iba a terminar, y además no quería ver la despedida del Ruso Blas de los escenarios. Prefirió que la última imagen del Ruso en su memoria estuviera llena energía y rock n’roll, como el día que lo escuchó por primera vez. De regreso a casa, Agustín iba a toda velocidad en su bicicleta, ansioso de sentarse a escribir el artículo.

Intentando sacar su teléfono del bolsillo mientras manejaba la bicicleta, tropezó con una acera cayendo inmediatamente al suelo de la carretera. Por el impacto, su teléfono cayó unos metros más adelante en medio de la carretera. Sin embargo, cuando se percató y fue a recogerlo, ya era demasiado tarde. El semáforo había cambiado a luz verde y no pudo evitar que el torrente del trafico en un viernes por la noche le pasara por encima al teléfono destruyéndolo por completo. Al ver la demolición, todavía sin levantarse del suelo, Agustín sintió como si le hubiesen atropellado a él, lo que hizo que se pusiera de pie muy lentamente. Esperó a que el semáforo volviera estar en luz roja para recoger el teléfono y ver si tenía alguna salvación, ya que fue en ese dispositivo donde grabó la entrevista con el Ruso Blas. Cada palabra, cada consejo, cada respuesta, cada explicación que le había dado el Ruso, pasó a ser ceniza electrónica regada en el asfalto.

Al no tener el recurso para escribir el reportaje, Agustín entró en pánico ya que tenía una semana para entregar un escrito. Ahora ya no dependía de su teléfono, sino de su memoria que le repetía algunas frases del Ruso en su entrevista. Entre las más que le sonaban podía recordar “El reportaje de tu vida debe ser sobre ti… no es mi historia la que tienes que escribir…ella te encontrará a ti… ella nos elige… ¿por qué nadie cuenta su historia?”. Agustín, acorralado por la situación, se sentó frente al ordenador y tecleó “Una musa para un millón de canciones”, lo siguiente serán millones y millones de páginas en blanco. Que cada lector escriba su historia.


Sobre Eduardo Rodríguez
Eduardo Rodríguez

Eduardo J. Rodríguez cursó su bachillerato en Historia de las Américas en la Universidad de Puerto Rico. Actualmente se encuentra completando sus estudios en música. El interés por la música lo


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