¡Porque eso de trabajar a mí me causa dolor: ¡ausentismo laboral y neoliberalismo!
Hace unos días salió a relucir un sugestivo titular de noticia en un diario del país. Durante los primeros siete meses de este año (2019) 40% de los empleados públicos no se habían reportado a sus empleos por distintas causas. En la inmediatez, un titular así ilustrado provoca reacciones de asombro y repudio generalizado. Al leer la noticia y su contenido como también escuchar y leer algunos comentarios de diversos sectores de opinión, nos podemos percatar que la nota no indaga ni profundiza en lo absoluto sobre las posibles causas de la situación. Solo pudimos notar que hacía una comparación de ausentismo con empleados del mismo sector público en los Estados Unidos, donde la situación es sustancialmente menor (menos de 5%). La noticia, más allá del dato estadístico, no nos dice nada sobre la naturaleza del ausentismo, los posibles cuadros de salud que presentan los empleados u otros tantos aspectos relevantes. Realmente el dato así presentado en solitario nos deja con más interrogantes que certezas.
Vemos primero la simpleza de la nota que, en el mejor caso, no se aparta del lado sensacionalista del ahora notorio dato. No hay duda que en el país existen problemas en la cultura laboral, bastantes, por cierto. Algunos de esos problemas, si aplicamos un poco de rigor histórico, datan de mucho tiempo atrás y se han heredado por generaciones. Nuestra cultura popular, especialmente el cancionero popular, recoge múltiples de esas estampas en las que se exalta la vagancia y el modo de vida ocioso. Por mucho tiempo estos modos de vida alternos fueron algo así como una manera de la gente adaptarse a un colonialismo que concentró su oficialidad en mantener las estructuras defensivas de la isla a toda costa y que le dio la espalda a las más básicas necesidades de la población en general.
El trabajo en el siglo XX
Sabemos que durante siglos un significativo porciento de la población vivió bajo relaciones de trabajo informales en las cuales la economía de subsistencia, el contrabando y la ausencia del trabajo ordinario jugaron un rol muy relevante. Durante el siglo XX la economía azucarera llegó a aglomerar una parte muy significativa de la creciente fuerza laboral que fue desprendida de su antigua forma de vida bajo el imperialismo español. Las condiciones de trabajo durante esa primera mitad del siglo XX fueron mayormente de extrema explotación y maltrato generalizado. A partir de la segunda mitad del siglo, con la fundación del Estado Libre Asociado, comienza a construirse la administración pública puertorriqueña. Una administración pública que sin duda alguna brilló por su calidad e incipiente prestigio al poder convertirse en uno de los mecanismos de mejoría y ascenso social para muchos jóvenes que recién se graduaban de la Universidad de Puerto Rico. Ser funcionario público no era un camino a la riqueza, pero era una forma de poder servir al país, en plena transformación. Era una manera de trabajar en la que, a su vez, se podía vivir con dignidad como parte de los nuevos sectores de la clase media. Dando al menos tres décadas de trabajo -al cabo del tiempo- se podía obtener una jubilación más o menos digna. En el plan de vida típico de muchos funcionarios de esas generaciones, entre 1950 y 1980 (y algo hasta los noventas), aún jugaba un rol esencial comprar una vivienda -a crédito- que en la mayoría de los casos se saldaba concurrentemente al finalizar la carrera laboral.
A partir del año 2000 las pensiones de retribución fija desaparecieron del paisaje laboral público para la mayoría de los empleados del Estado Libre Asociado. Un golpe letal al ya escaso atractivo que el empleo gubernamental ejercía en los jóvenes. Sin una pensión digna y con salarios paupérrimos, el nuevo milenio había comenzado con el empleo público en un cuadro de desolación. La oscilación bipartidista y otros tantos males fueron minando el éxito y esplendor del servicio público. Destruyendo, por ejemplo, el principio del mérito y sustituyéndolo por el fanatizado partidismo rampante. Literal y tristemente, valía entonces más, pegar pasquines de campañas políticas que la preparación académica y profesional misma de los individuos, para optar por un empleo gubernamental.
A partir de 1973 la economía de Puerto Rico nunca volvió a ser la misma. La crisis mundial por el aumento del precio del petróleo, provocada por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), asestó con fuerza el primer gran golpe al modelo de la inversión foránea como propulsor económico. La falta de vigor se convirtió entonces en una de las más distintivas y constantes características de nuestro sistema económico. El préstamo se convirtió en la garantía para seguir sosteniendo un tempo desfasado de crecimiento económico especulativo y artificial. Como si fuera poco, desde hace décadas los niveles de retribución salarial se fueron quedando rezagados. En muchas áreas, terriblemente rezagados, como en el caso del magisterio. Los maestros hoy ganan salarios sencillamente absurdos al igual que muchos otros funcionarios de gobierno. Las mejoras y ajustes salariales que se han efectuado no responden a ningún plan concreto sino mayormente a presiones sindicales, huelgas o a promesas de campañas políticas. Todo esto nos situó en un sistema de retribución salarial desfasado totalmente de la realidad y específicamente de las necesidades económicas de los trabajadores y trabajadoras.
Neoliberalismo y empleo público
Otro flagelo poderoso contra al empleo público han sido también las reformas neoliberales que comenzaron a partir de 1993 durante las dos incumbencias de Pedro Rosselló González. A partir de ese momento todos los gobiernos, sucesivamente (unos más y otros menos), han adoptado medidas neoliberales que han debilitado el empleo público. Las reformas y credos neoliberales se han ido tornando cada vez más agresivos en contra del empleo público tanto en sus retóricas como en hechos. El discurso de que el empleo publico no sirve, de que son vagos, inefectivos, ineficientes, etc., ha sido una constante en los debates públicos y en las conversaciones de la gente. Los grandes medios de prensa corporativos han ayudado a difundir tales aseveraciones infundadas, prejuiciadas y carentes de análisis científico. Al mismo tiempo se producen las comparaciones con el empleo privado y se le quiere proyectar como panacea laboral, lo cual es totalmente falso. En el empleo privado también existen graves problemas de cultura laboral y de productividad que denotan un pobre manejo administrativo del recurso humano en términos generales. En verdad, nuestra cultura laboral -tanto pública como privada- será tan buena como nos lo propongamos hacer en beneficio del país.
Negar los problemas de cultura laboral que adolece el sector público y privado puertorriqueño sería irresponsable, pero negar que detrás de ese deterioro se ha sido deliberadamente permisivo, sería aún más irresponsable. En las agendas laborales del Estado jamás se ha planteado, en los últimos 40 años, hacer reformas constructivas para mejorar y atemperar el empleo público a los nuevos tiempos. Jamás se han implementado en 40 años medidas concretas conducentes a un plan para mejorar los niveles de retribución general de los funcionarios públicos. O de otra forma, jamás se ha llegado a acuerdos con las organizaciones sindicales para que los aumentos salariales sean cónsonos a planes de aumentos en la efectividad y productividad laboral. Y no se ha hecho porque en general las administraciones públicas, subrepticiamente (algunas abiertamente), se han dirigido en su mayoría a debilitar y liquidar el empleo público, en vez de fortalecerlo y mejorarlo. Obviamente, que para fortalecerlo y mejorarlo hay que primero valorarlo.
Uno de los credos neoliberales más repetidos ha sido el de “achicar” el gobierno mientras se favorece la privatización, desregulando y eliminando beneficios laborales que hacían del trabajo público uno de ilusiones y compromisos con el país. Hoy los atractivos del empleo público han sido terriblemente trastocados en detrimento de los trabajadores.
En la noticia de estas semanas sobre el ausentismo laboral en el empleo público ya mencionamos como se compara esa cifra con los Estados Unidos. Hubiera sido muy valioso examinar y comparar los salarios promedios de los empleados públicos en Puerto Rico con los de Estados Unidos antes de simplemente proyectar que unos se ausentan mucho y otros siempre acuden al trabajo. Cualquier persona que conozca bien la dinámica presupuestaria personal de los empleados públicos sabe que hoy día no resulta raro encontrar algunos que se ven forzados a tener dos y hasta tres trabajos para poder cumplir con sus compromisos básicos y modestamente echar hacia adelante proyectos como la educación de sus hijos en escuelas privadas. Lo único que con certeza nos indica la noticia del ausentismo en el empleo público, es que realmente desconocemos su cuadro de situación. La cultura laboral en Puerto Rico merece ser estudiada y analizada a profundidad y con seriedad, antes de hacer conjeturas llanas, simples y prejuiciadas sobre los compromisos éticos de los trabajadores del sector público.
Peor aún, sabemos que hoy día hay decenas de miles de empleos públicos que han sido eliminados. Para muchos empleados hoy esto ha significado mayores cargas laborales y presiones sin que sus salarios hayan visto mejorías sustantivas. Todo esto es como un círculo vicioso en el cual los/as trabajadores/as tienen las de salir siempre perdiendo. No sería errado decir que el empleo público hoy está en su peor momento histórico, bajo asedio constante y, además, está atrapado por las incertidumbres e inseguridades que inciden en un ambiente laboral que no podemos decir que resulta para nada estimulante.
Desde VAMOS es importante que estemos alertas a todas las formas de desvalorizar nuestra condición de pueblo. En los discursos neoliberales el trabajo de los empleados públicos no se puede rehabilitar ya que el objetivo es demonizarlo para eliminarlo vía la privatización, la cual en la mayor parte de los casos busca el bienestar de unos pocos sobre el bienestar de la mayoría. ¡No nos dejemos engañar!
Sobre Carlos Severino Valdez
Profesor de Geografía en la Facultad de Ciencias Sociales del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Fue Decano de esta Facultad y luego Rector del Recinto.
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