Por una comunicación pública, popular y alternativa
En paralelo al encuentro NetMundial+10 en São Paulo se ha realizado, al final de abril de 2024, un evento vinculado a la reunión del G20 que ocurrirá próximamente en Brasil, sobre la “integridad de la información”. Estuvieron presentes intelectuales, activistas y autoridades para dos días de debates muy interesantes. Yo estuve presente durante todo el primer día, confieso que buscando básicamente entender el significado de esa nueva expresión. De hecho, se trata de algo muy simple: un intento de cambiar el foco negativo de la expresión “desinformación”, más usual, por otra que trata de expresar la necesidad de acciones positivas para atacar el problema de la proliferación de noticias falsas y discursos de odio por la red y las plataformas digitales.
La perspectiva de los participantes en general fue muy progresista, constructiva y excelentes ideas volcadas a la regulación de las plataformas y los sistemas de inteligencia artificial fueron presentadas, pero esta nota es solo para ofrecer una opinión sobre la concepción general por detrás de ese debate que involucra parte importante de la opinión pública internacional.
A pesar de las mejores intenciones, el debate sigue por lo general limitado a una concepción idealista, sin considerar el hecho de que toda información tiene intereses de clase involucrados, que las instancias de poder no pueden dejar de controlar los medios de comunicación para asegurar la hegemonía y que la lucha contrahegemónica envuelve también siempre un componente informacional, de modo que la posibilidad misma de una información íntegra en abstracto, en el sentido ético de la expresión, es cuestionable en sociedades de clases y sistemas de dominación.
Es cierto que el desarrollo tecnológico de los últimos cincuenta años nos ha brindado con posibilidades de comunicación interactiva que están en la raíz de los problemas que se identifican como “disfunciones” de la información, al facilitar la participación en el debate público de grupos antidemocráticos que buscan formas de desestabilizar el orden constituido, pero eso solo es un problema en la medida de la existencia efectiva de intereses de clase que los sostengan. O sea, no se trata propiamente de una disfunción, si no el funcionamiento normal de los sistemas de comunicación e información en momentos de crisis como el que se vive desde la gran recesión del 2008.
La interactividad es una vieja reivindicación de los movimientos por la democratización de la comunicación y, en un sentido, un logro de dichos movimientos. El hecho de que la ultraderecha se haya apropiado de las herramientas tecnológicas que facilitan la interactividad para organizarse y avanzar está relacionado, de una parte, a errores de los sectores democráticos y de izquierda en la evaluación del significado de esos desarrollos y en la definición de estrategias de acción correspondientes y, de otra, a la existencia de intereses de clase hegemónicos, vinculados a sectores burgueses y al capital monopolista que respalden sus acciones y actividades, incluso en lo que se refiere a su financiación.
Hemos presenciado, a lo largo de las últimas décadas, particularmente en América Latina, una serie de situaciones en que la actividad extremista de los grupos de ultraderecha ha sido utilizada en procesos conocidos como de lawfare, o en golpes institucionales que buscaban producir cambios de gobierno en favor de políticas neoliberales radicales que han sido efectivamente implantadas en varios países, como en el caso brasileño en 2016, cuyas consecuencias no han podido hasta hoy ser revertidas.
En el campo de la comunicación, eso se traduce en una impresionante unanimidad entre la ultraderecha y los sectores oligopolistas tradicionales de la comunicación–que no se consideran en el debate mainstream como vehículos de desinformación –, los cuales siguen realizando su conocido papel de manipulación de la opinión pública, utilizando incluso, en varios momentos, la técnica de divulgación de noticias falsas y de destrucción de reputaciones, en articulación con otras de interacción y agendamiento de las burbujas fascistas actuantes en la web. Contra esas evidencias, la ideología de los medios da a entender que habría un consenso entre sectores supuestamente interesados en preservar la supuesta integridad de la información, contra grupos antidemocráticos poderosos pero marginales. Buena parte de la izquierda institucional se suma al consenso, aun cuando se sabe que los objetivos finales del neoliberalismo tradicional y de la ultraderecha en el poder, como ilustra el actual gobierno argentino, son idénticos.
La gran amenaza con que se enfrentan en este momento las fuerzas democráticas sigue siendo las concentraciones de poder económico y comunicacional que controlan tanto los medios corporativos tradicionales como las plataformas digitales que se han constituido en porteros necesarios para el acceso a la red y a la comunicación interactiva. Esta pasa hoy por una transformación semejante a la que Habermas señalaba en su viejo libro, de los sesentas, sobre el espacio público, en el tránsito del modelo crítico aunque restricto de comunicación entre individuos (burgueses) libres e iguales al sistema de la Industria Cultural que, al tiempo en que supera las restricciones de ingreso ligadas al poder económico y a la instrucción, promoviendo una democratización en el plano formal, se constituía en un poderoso mecanismo de control centralizado y de esterilización de las capacidades críticas del modelo liberal del siglo XIX. De forma equivalente, la economía de las grandes plataformas digitales representa la esterilización de los potenciales críticos y democratizantes prometidos por la expansión anterior de la red mundial de computadores.
No se trata, de nuevo, de una disfunción del sistema técnico adoptado, si no de estrategias de los actores relevantes que impactan sobre la estructura técnica y los modelos de regulación. Es en esos dos planos que la contrahegemonía debe actuar, pero de forma no meramente funcionalista, puesto que se trata en esencia de una cuestión de lucha de clases y de dominación imperialista.
Lo fundamental es garantizar la soberanía nacional y la autonomía política de la clase trabajadora, la más irrestricta libertad de expresión y el más amplio derecho a la información. Romper el poder oligopólico de las grandes plataformas y de los medios corporativos, en favor de la comunicación pública, popular y alternativa.
El autor agradece a la Fundación de Amparo a la Pesquisa del Estado de São Paulo por el apoyo al proyecto «Gobernanza económica de las redes digitales» (proyecto FAPESP nº 2021/06992-1).
Enlace a la publicación original: https://al.internetsocialforum.net/2024/05/09/nota-marginal-sobre-integridad-de-informacion-desinformacion-y-democratizacion-de-la-comunicacion-frente-a-las-plataformas-digitales-
Sobre César Bolaño
Profesor de la Universidad Federal de Sergipe, Brasil.
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