¿Por qué ganó Donald Trump y qué cambios esperar en el escenario internacional?

¿Por qué ganó Donald Trump y qué cambios esperar en el escenario internacional?
"Trump prefiere imponer su agenda particular a base de mensajes descabellados por la Red X, esperando el regateo como cualquier vendedor o vendedora ambulante..."

En realidad, el triunfo de Donald Trump no fue una sorpresa. Lo que sí sorprendió fue el abrupto y tardío cambio de candidatura en el Partido Demócrata (PD). Kamala Harris, una exfiscal a quien en algunos círculos de San Francisco apodaban sin mayor gentileza “Kamala the Cop”, logró sacar inicialmente el PD de una derrota asegurada y encaminar una lucha -cuerpo a cuerpo- por el favor popular en la recta final de la contienda electoral. Sin embargo, la luna de miel con los medios de Kamala Harris duró relativamente poco tiempo. Pasadas las semanas era evidente que su flamante, perfumada y bien dotada campaña se fue precipitando en caída libre frente a su atípico adversario. Su poco dominio de los grandes temas internos del país y mucho menos del escenario internacional, delataban su fragilidad, la cual los periodistas captaron rápidamente.

Lo que también fue una piedra que Kamala no pudo saltar fue su enajenación mal calculada respecto a ciertos grupos de la población estadounidense que habían manifestado enfáticamente su desacuerdo con el genocidio en Gaza y con la complicidad de su gobierno. Otro elemento que jugó en contra de Kamala Harris fue su alineamiento absoluto con la continuidad de la guerra en Ucrania y la sangría de dinero público para respaldarla. El costo de la guerra, como barril sin fondo, es cifrado por algunas entidades en más de 203,000 millones de dólares y una parte significativa de ese gasto procede de las arcas de los Estados Unidos[1].

Los demócratas volvieron a usar el viejo truco gatopardista: hay que cambiarlo todo para que todo continue igual. Kamala aceptó una candidatura con un libreto político impuesto por los poderes financieros que han acorralado al PD y no pudo alterarlo para traer de vuelta a distintos sectores sociopolíticos disgustados con los cuatro años de desasosiego de Biden que rompieron récords de desaprobación.

El odiado por muchos, pero sin dudas hábil e inescrupuloso negociante Donald Trump y su equipo, supieron capitalizar las debilidades de su oponente y sobreponerse incluso a una vistosa derrota en el único debate televisado en el que Kamala lo venció y lo puso contra las cuerdas. Y es que la geografía electoral de los Estados Unidos es muy clara. Los republicanos dominan el paisaje electoral desde las ciudades medianas hasta los entornos rurales. La entidad del elefante azul tiene una fuerte base de apoyo en la mayoría de los estados y en consecuencia en el Senado. Los demócratas, por otro lado, dominan las grandes y populosas aglomeraciones urbanas, como Nueva York, Chicago y California. Así, la campaña política de un país que se proyecta como portaestandarte y promotor mundial de la democracia liberal representativa, se limitó esencialmente a tan solo siete estados de los que se conocen como swing states o estados pendulares, por su mayor susceptibilidad a cambiar de un partido a otro coyunturalmente.

Lo que trae Trump al plató político estadounidense no es ni nuevo ni sorpresivo tampoco. Los observadores más acuciosos notan las similitudes entre el empresario y el presidente número siete de la nación norteamericana, Andrew Jackson, quien tuvo una vocación ideológica inscrita en el prototipo del nacionalismo cristiano y en el proteccionismo económico. El propio Trump se ha descrito en reiteradas ocasiones como “jacksoniano”, quien también no ocultó su aversión por el estado profundo de entonces. De ahí, la dificultad de muchos analistas y observadores/as para descifrar y calibrar certeramente las ideas de este personaje políticamente tan extraño. A Trump no se le puede entender usando como referencia el espectro ideológico demócrata volcado actualmente en la cultura Woke, de la que se dice ha sido promovida, auspiciada y financiada mayormente por el magnate George Soros. Pero tampoco se puede usar como marco de referencia las vertientes tradicionales de los republicanos, ni tan siquiera de su versión más a la derecha llamada Tea Party. ¿Trae Trump entonces al ruedo la teoría política jacksoniana tal y como asegura uno de los observadores políticos más seguidos en el mundo, el francés Thierry Meyssan?[2].

Donald Trump es un negociador nato y su estilo es claramente bilateralista, como se dice que lo fue Jackson, aunque Jackson ciertamente no vivió en era de la globalización. Por tal razón, se opone a negociaciones en el marco de estructuras multilaterales tan arraigadas en siglo 21. Trump prefiere ablandar a sus “colegas dignatarios” e imponer su agenda particular a base de mensajes descabellados por la Red X (antes Twitter) esperando el regateo tal cual cualquier vendedor o vendedora ambulante en la plaza del mercado. De inicio, lo ha dejado claro en su noción de futuro acerca del Tratado de Libre Comercio (TLC). El TLC que debe ser revalidado en 2026, pero que su futuro hoy luce incierto. La intención trompista de cobrar aranceles unilaterales a sus países “socios” no es un buen presagio. Sostener políticas proteccionistas en una estructura supraestatal de libre comercio no puede dejar de pensarse como un absoluto contrasentido. Trump se dirige hacia una ruptura con el proyecto globalista que iniciara Bill Clinton, el mismo que sus adversarios demócratas defiende a muerte y al que diferentes gobiernos republicanos también apoyaron.

Por mucho tiempo no pocos han planteado que la política en los Estados Unidos se ejerce de facto desde un solo partido que tiene dos filiales. Pero, en este momento, eso ha dejado de describir la realidad política al interior de ese país. Hay dos visiones distantes y contrastadas sobre qué tipo de capitalismo se impondrá a la postre. Cada una tendrá diferentes pero significativas repercusiones alrededor del mundo. De ahí quizás, la atención tan acuciosa e inusual que tuvo en prácticamente todos los rincones del planeta en saber cómo finalmente se dirimiría la contienda electoral en los Estados Unidos. Es obvio que los grandes multimillonarios se han tirado abiertamente al ruedo político a defender sus intereses particulares. Y de hecho están divididos. La mejor muestra de eso es el apoyo de un sector de multimillonarios y grandes empresarios que apoyaron a Trump, encabezados por el engreído magnate Elon Musk. Mientras que, del otro lado económico globalista, George Soros lidera las huestes multimillonarias. Es inevitable comentar la tendencia -cada vez más clara- de que la democracia en los Estados Unidos transita a pasos raudos hacia una plutocracia frente a los ojos “desatentos” de la mayoría de su población.

El fin de la globalización o desglobalización está en progreso no solo por el debilitamiento del TLC. Trump muestra sin reparos su desacuerdo con la Unión Europea (UE), relacionándose de cerca con las figuras más sobresalientes del euroesceptismo[3]. En el pasado fue un claro defensor del Brexit británico que marcó un duro golpe a la integridad territorial y política de la UE. Tampoco disimula su antipatía con la Organización del Atlántico Norte (OTAN). Trump critica abiertamente el alto costo que pagan los Estados Unidos por esa organización militar a la que muchos de los otros miembros europeos contribuyen muy poco. Europa, bajo Trump, se enfrenta quizás al escenario extremo a futuro de verse en la necesidad de construir un proyecto propio de defensa y seguridad. Eso es un golpe al atlantismo europeo (entusiasta promotor de la guerra en Ucrania) que ha comprometido de facto la soberanía europea al liderato estadounidense de manera crasa y delirante. Esta idea del ejercito europeo lleva ya un tiempo flotando en las imaginaciones de los más perspicaces líderes del continente como Angela Merkel y el reminiscente napoleónico Macron.

El liderato europeo atlantista-globalista cometió, además, el error estratégico de no disimular su apoyo resuelto a los demócratas y su candidata Harris. De esa manera se inmolaron. Ahora, enfrentarán probablemente el desprecio revanchista que sabemos ha caracterizado al susceptible Trump. Los líderes atlantistas-globalistas lucen en este momento desamparados y desubicados. Viktor Orban, figura despreciada y maltratada por ese liderato ahora ha emergido como ministro “at large” de Trump en Europa y así se está comportando ante los ojos atónitos de sus antiguos detractores.

Otro cambio anticipado de 180 grados con la nueva llegada de Trump al poder es el tema de la guerra de Ucrania. Trump nunca ha simpatizado con esa guerra y remarca su postura, según él, heredada del anti-belicismo que profesada Andrew Jackson, pero ciertamente por razones muy diferentes a las de su connotado admirador. Ha generado muchas ansiedades saber cómo operacionalmente lograría su objetivo de terminar con esa guerra en 24 horas. Pero Trump parece indefenso con uno de los cambios más importantes que ha precipitado ese conflicto ucraniano: la fracturación geoeconómica de los mercados mundiales y el reagrupamiento de países del sur-global con el BRICS+ como nueva organización insignia. La multipolaridad aparece con un hecho irrefutable que se impone a pasos agigantados.

Los rusos técnicamente ya han ganado esa infame guerra en el frente de batalla y avanzan raudos y veloces incluso en frentes territoriales no incorporados a Rusia. Pero lo que los rusos no han podido ganar aún es la paz. Mientras más se dilate esta guerra ilógica e insensata peor será para el futuro de la derrotada Ucrania. La hostilidad hacia Rusia -piedra angular de la política exterior de los demócratas- ahora se extingue no sin dejar muestras de su agresividad aún en las postrimerías del mandato del derrotado y ahora Lame Duck, Joe Biden. El nuevo-viejo enemigo y principal adversario en los Estados Unidos de Donald Trump ahora será la República Popular de China. La guerra económica 2.0 contra China ya ha comenzado.

Solo el tiempo nos dará certeza de cómo se desempeñará Donald Trump en su intento de traer al siglo 21 los principios políticos y económicos de Andrew Jackson y articular su famoso dictum de “Make America Great Again” (MAGA). Sin embargo, ya conocemos el viejo aforismo hegeliano cuando afirmaba que los grandes personajes de la historia se repiten, por decirlo así, dos veces a lo cual Marx asintió con perspicacia: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.


[1] https://youtu.be/zJrBaV59DQQ?si=DIuKXywqvGJ-lAsD

[2] https://www.voltairenet.org/article221520.html

[3] El euroescepticismo es una postura político-ideológica que critica en diferentes extremos a la Unión Europea (UE) o se opone a la integración europea. Una idea común entre los euroescépticos es que la integración europea ha debilitado la soberanía nacional y así ha hecho incapaces a muchos Estados de la UE para manejar y afrontar problemas locales.


Sobre Carlos Severino Valdez
Carlos Severino Valdez

Profesor de Geografía en la Facultad de Ciencias Sociales del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Fue Decano de esta Facultad y luego Rector del Recinto.


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