Martina y el preso número 9

Martina y el preso número 9
"Jamás había comentado que ese interés (en la cárcel y la población confinada) surgió, con toda probabilidad, escuchando a Martina cantar una canción mientras planchaba".

Yo tendría siete u ocho años cuando escuché a Martina cantar la canción sobre el preso número 9. No la cantaba completa, sino un pedacito: "el preso número 9 era un hombre muy cabal”. Nada más. Luego, lo repetía, creo que sin percatarse, como si se le activara en la cabeza y saliera en automático.

La cantaba al planchar, también lo recuerdo. Me sentaba al lado de ella para verla y escucharla. Hacía infinidad de cosas en casa, pero sólo la cantaba planchando. De ahí se me quedó grabada la letra y, claro, la técnica perfecta para planchar camisas de mangas largas, que son las que visto desde adolescente. Martina usaba almidón marca Niagara porque así los filos de la ropa quedaban bien marcados. Nunca me gustó esa textura por áspera y ella me dio un truco sencillo: sustituir el almidón por un pañuelo húmedo para frotar la ropa y generar vapor al contacto con la plancha.

En mi cabeza de niño la canción era un enigma, por la repetición y por lo que decía esa línea. El preso número 9 era un hombre muy cabal. Incomprensibles esas palabras para mí, pero me atraparon, supe que había una historia oculta y se me antojaba interesante.

En casa no se escuchaba música. Algo raro, no había esa costumbre. Dominaba el silencio o los ruidos de la calle. Desconocía si la canción de Martina era nueva o de alguna otra época. Un día le pedí que la cantara completa. Sonrió y me dijo que ese pedacito era lo único que recordaba. Me extrañó que dijera eso e insistí. Repitió que era lo único que sabía. No le creí, la verdad, aunque lo dejé así.

Muchas veces me han preguntado por qué me dediqué a estudiar el tema de la cárcel y la gente encerrada. En mi familia nadie estuvo preso, pero fue un tema que me llamó la atención desde joven. Vivíamos en una urbanización, digamos de clase media, así que tampoco era un tema de nuestra realidad cotidiana. Supuse por mucho tiempo que simplemente me cautivaba saber qué era la cárcel y cómo la gente vive ahí dentro.

Quizás no tenga sentido, pero creo que en el fondo ese interés surgió de escuchar a Martina y ese preso número 9 que era un hombre muy cabal. Tremenda película que me hice, puedo reírme, incluso.  

He dicho muchas cosas sobre mi interés en la cárcel y la población confinada: explicaciones elaboradas, matizadas por fragmentos de teoría y demás jerga académica. Sin embargo, jamás había comentado que ese interés surgió, con toda probabilidad, escuchando a Martina cantar una canción mientras planchaba.

A veces uno tarda años en descubrirse.    

Hace bastante tiempo nos enteramos de que Martina tenía Alzheimer. La noticia nos causó tristeza, aunque sabíamos que, a pesar de la condición, estaba bien. Sus hijas la atendían con gran esmero y amor. Una tarde la invitamos a casa para compartir un rato. En ese momento ella hablaba mucho y pudimos conversar. En medio de todo eso, tuve una idea. Juro que me salió de imprevisto, como si se hubiera activado algo en mi cabeza. Busqué en mi teléfono la frase que ella solía cantar mientras planchaba y encontré la canción. Muy fácil. Un clásico de la música mexicana titulado, ¿adivinan?, “El preso número 9”. Le dije a Martina que me acompañara a la sala para escuchar algo de música. De camino me preguntó qué música me gustaba y yo le dije que toda, que no tenía favorita. En el televisor puse Youtube y encontré la que buscaba. Cuando sonaron las trompetas y guitarras, pregunté si se acordaba de esa. Prestó atención y dijo no con la cabeza. Escúchala, dije. Bastaron las primeras palabras para que Martina comenzara a cantarla entera y, para mi gran sorpresa, en perfecta armonía con la versión puesta. 

Fue la primera vez en mi vida que escuché “El preso número 9”, algunos 30 años después de oír aquel pedacito en su voz. Un pequeño misterio me fue revelado, sólo para que otros se desataran en mi cabeza.


Sobre Josué Montijo
Josué Montijo

Josué Montijo (1975, Ponce) es escritor e historiador. Después vino la zozobra (Ediciones Laberinto, 2024) es su libro más reciente.


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