Las elecciones las ganó Margaret Thatcher

Las elecciones las ganó Margaret Thatcher
"La sociedad no existe, solo los individuos privados y sus familias", Margaret Thatcher.

Mas allá de constituir una corriente de pensamiento económico, el neoliberalismo se ha entronizado como el nuevo genoma cultural de nuestros tiempos. Como escuela de pensamiento económico, el neoliberalismo profesa una fe ciega en la capacidad del mercado capitalista de satisfacer las necesidades humanas de todo tipo: tanto materiales como espirituales. Todo puede ser convertido en mercancía y, por tanto, satisfecho mediante transacciones de negocios entre personas privadas. Además, defiende la falsa creencia de que el mercado capitalista se corrige solo. Por eso, no necesita de ningún tipo de controles externos para remediar sus ineficiencias, y mucho menos para balancear los efectos de las gigantescas inequidades sociales que provoca en la distribución de las riquezas.

Para la ideología neoliberal, las relaciones que tienen lugar entre las personas son esencialmente de carácter transaccional. A cada cual le corresponde promover su propio beneficio personal, frente al interés de los demás de procurar los suyos. Para el neoliberalismo la vida no es otra cosa que la continua e interminable lucha de todas contra todas por arrimar su sardina a la brasa, y, al final, quien más riquezas consiga acumular, gana. Ello así, pues el valor de las vidas humanas se mide en función de la capacidad de las personas para producir y acumular riquezas individuales, sin reparar en el origen de esas riquezas o en cómo se administran. En tal sentido, toda necesidad o carencia ajena, lejos de constituir una oportunidad para ejercer la compasión y la caridad humana, se asume como una oportunidad para enriquecernos a su costa. Toda debilidad se interpreta como una oportunidad para el dominio, toda vulnerabilidad como una ventana al atropello. Y la bondad ajena, una invitación al oportunismo y el abuso de confianza. 

A nivel global, durante el último medio siglo la humanidad cada vez en mayor grado viene siendo formada en esa ideología neoliberal.  Rezagados van quedando distintos idearios que desde los campos filosóficos, político, sociológicos, antropológicos, artísticos, religiosos, etc., defienden las banderas de una humanidad que, afianzada en el reconocimiento universal de una igual dignidad humana, sea capaz de relacionarse sobre bases de colaboración, equidad y amor al prójimo.  Es decir, una humanidad que, desde sus comunidades y hasta nivel nacional e internacional, sea capaz de generar nuevas formas de convivencia confiada, en vez de promover un individualismo egocentrista. En fin, una humanidad capaz de rescatar la sociabilidad como estandarte del progreso humano.

Debemos entender que el odio visceral que predica el neoliberalismo contra los Estados democráticos, poco tiene que ver con el fingido discurso sobre que las regulaciones gubernamentales constituyen una intervención indebida del Estado con la capacidad del mercado capitalista de autorregularse, presuntamente generando a la larga mayores ineficiencias. La historia está colmada de ejemplos sobre cómo los sectores privilegiados siempre han utilizado al Estado para su beneficio.

Por eso, su aversión tiene que ver con el reconocimiento de que, mal que bien, los Estados democráticos constituyen una de las pocas instituciones sociales en las que los distintos habitantes de los territorios conceptualmente aún nos relacionamos en condiciones de igualdad, por el mero hecho de ser personas humanas. Es decir, espacios donde se nos reconoce igual capacidad de reclamar similares derechos, oportunidades y aspiraciones, independientemente de nuestra aptitud para amasar riquezas.  De tal modo, el verdadero objetivo del neoliberalismo como ideología social es destruir la democracia.  Acabar con la mayor cantidad de espacios sociales en los cuales nos relacionemos sobre bases de igualdad humana (dentro de los cuales priman los Estados democráticos), para sustituirlos por instancias donde nos relacionemos y ejerzamos derechos, en función de nuestros respectivos capitales. Esto es, la sustitución de toda institucionalidad fundada en derechos personales, por unas estructuradas sobre derechos patrimoniales.

De tal modo, el neoliberalismo es una ideología que corroe nuestros más básicos instintos de sociabilidad humana, al procurar remplazar todo orden sostenido sobre el principio democrático de igualdad, por sistemas basados en privilegios.  Esa naturaleza radicalmente antisocial de la cultura neoliberal fue reconocida por una de sus más fervientes promotoras, la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, al decretar que la sociedad no existe, solo los individuos privados y sus familias

Debido a la hegemonía de esa cultura neoliberal, no es extraño encontrar que la generalidad de las gentes, cuando se enfrentan a eventos electorales, lo hacen pensando en sus intereses personales más inmediatos y no en el bienestar común, ni en valores éticos socialmente trascendentales.  En tales circunstancias, la política es concebida estrictamente como una guerra entre facciones en lucha por adelantar sus intereses inmediatos, para ver quien consigue acaparar mayor cantidad de los “limitados recursos”.  En esos contextos, el miedo a lo desconocido cobra una centralidad indiscutible. Lo esencial (sobre todo para los sectores más vulnerables y precarizados), es aferrarse a lo poco que tienen, sin tomarse el riesgo de perder las pocas certezas del pasado, frente a las posibilidades de un futuro mejor. Bajo esa mirada, las miserias de hoy resultarán siempre más seguras que la salvación de mañana. Y es que esa posible redención futura, necesariamente nos requiere que seamos capaces de colaborar con otras personas confiando en su honestidad, y su capacidad de solidaridad y de desprendimiento; virtudes que no reconocemos en nosotras mismas.

Esa ha sido una de las principales victorias del neoliberalismo como movimiento cultural:  normalizar la rivalidad en las conciencias y los corazones humanos, sembrando desconfianza sobre nuestra capacidad colectiva de apoyarnos solidariamente y colaborar por el bien común.

Por todo eso, al analizar resultados electorales debemos ser capaces de trascender la superficialidad coyuntural de las personas y partidos envueltos para advertir la profundidad del cambio cultural que venimos experimentando. Ante todo, debemos poder cuestionarnos qué tenemos que hacer para conseguir que una mayoría de nuestra población logre desprenderse de ese pensamiento neoliberal y retomar los senderos de la sociabilidad, la cooperación mutua y el bien común. En ese sentido, recordemos las estremecedoras palabras del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, quien, ante la interrogante de cómo se combate la cultura neoliberal y su negación de nuestra universal dignidad común, sentenció que la solución contra el neoliberalismo se llama conciencia. Cultivar esas nuevas conciencias inmunes al virus neoliberal requerirá de mucho esfuerzo, tiempo, constancia y educación sistematizada. De lo contrario, el espíritu de Margaret Thatcher continuará ganando las elecciones, aquí, en Estados Unidos, o donde sea. 


Sobre Rubén Colón Morales
Rubén Colón Morales

Es abogado, graduado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y de maestría de la Universidad de Harvard. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo en los años 90. Ha impartido


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