La pobreza también es madre

La pobreza también es madre

A un mes y unos días de cumplir sus 30 años, Miguelina Medina regresó a su casa con su hija recién nacida en sus brazos, rodeada de vecinas y cargada de bultos. No llegó a descansar después del parto, sino a atender a su esposo y a sus otros siete hijos, todos menores  de 8 años de edad.

Si se miraba desde afuera, con la vista objetiva y desinteresada de un desconocido, la familia de Miguelina era la imagen ideal del Puerto Rico de los ’70: una familia grande, con ambos padres viviendo en una casa que compraron juntos y con comida en la mesa.

Miguelina con seis de sus hijos.

“Los dos trabajaban”, menciona Maribel, la séptima hija de Miguelina. “Trabajaban en la Consolidate; mami trabajaba el turno de día y papi el de noche.”

“Sí, pero en casa aportaba solo mami”, la corrige Lina, la quinta, con la firmeza que solo se percibe en los regaños entre hermanos.

El Puerto Rico a finales de los años ’60 era uno de tradiciones machistas. La mujer no trabajaba y si lo hacía tenía que balancearlo con sus ‘deberes’ como esposa y madre. La Comisión de Derechos de la Mujer aún no existía.

Entre el final de la década del ’60 y principio de los ‘70, según fue reportado por el Buró de Censo de los Estados Unidos, un 43% de las familias que vivían bajo el nivel de pobreza eran lideradas por mujeres –mayormente divorciadas o nunca casadas. Un 76.2% de estas familias contaban con 5 o más integrantes menores de 18 años.

A mediados de los ‘70, Miguelina tenía 8 hijos, se había divorciado recientemente y contaba con un sueldo que no le era suficiente. “No porque papi se fue fuimos más pobres. Más bien era porque éramos muchos y se batallaba con lo que había”, explica Lina.

En la casa de Miguelina todo se dividía en ocho partes, nueve si era un buen día, y todo se compartía equitativamente.

Uno de los recuerdos más intensos que comparten sus hijos es del bizcocho SaraLee que comían en los días de cobro y cuando se recibían los cupones. El recuerdo es uno vivo en cada uno de ellos. Recuerdan, por ejemplo, haberse peleado por ser el dichoso que repartiera los pedazos para poder quedarse con el contenedor en el que venía SaraLee y entonces  poder raspar los residuos de bizcocho que allí quedaban. Ah, y los cereales que merendaban.

“Yo me acuerdo que mami compraba la caja de conflei jumbo y venían 16 cajitas. A cada uno nos tocaba uno bueno y uno malo”, cuenta Marcial, el sexto hijo de Miguelina, con una sonrisa.

Las experiencias vividas por Miguelina y sus hijos son una historia que todos han escuchado ser contada por lo menos una vez con diferentes resultados. En el caso de los hijos de Miguelina, algo que hicieron claro desde el principio es que, aún con las necesidades que tuvieron, su mamà hizo claro que la educación era una prioridad.

Miguelina con Maribel, Marcial y otra de sus hijas cuando cursaban la escuela superior.

“La prioridad era ir y terminar la escuela”, explica Lina, con un tono de orgullo en su voz.

Aseguran que la idea de que alguno se saliera de la escuela o, simplemente, no terminara de estudiar nunca fue una opción y todos estaban de acuerdo de que cumplirían el deseo de Miguelina.  

Todos llegaron y terminaron la universidad. Maribel y Marcial, al igual que dos de sus hermanos mayores, hicieron grados asociados mientras que Lina y una de sus hermanas terminaron bachilleratos, y la menor de todos terminó una maestría.

En muchas ocasiones, como se ve evidenciado en los censos, la pobreza tiende a ir de la mano con una educación tronchada debido a la falta de acceso a los planteles o a los materiales necesarios para educarse.

“Los uniformes eran muchas veces regalao’ o heredados”, explica Maribel.

“Exacto, heredados de un hermano mayor”, confirma Lina.“Que las medias quiza’ estaban esbemba’; que quizás el zapato tenía un rotito pues yo me lo ponía con el rotito porque no había chavo pa’ comprar uno nuevo”.

Al igual que Miguelina y sus hijos, en el Puerto Rico de hoy existen miles de familias viviendo bajo el nivel de pobreza y no todas esas historias ocurren igual. En 30 municipios de la isla, el 50% o más de las familias viven bajo el nivel de pobreza, según el primer Informe sobre Desarrollo Humano (IDH) de Puerto Rico, publicado por el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico el 13 de mayo del 2018.

En general, un 45% de la población en Puerto Rico, más de 1.6 millones de personas, vive bajo el nivel de pobreza. Las mujeres son la población más afectada por la pobreza en la isla luego de los menores de 18 años. Un 59% de los hogares pobres con menores son dirigidos por mujeres, mayormente madres solteras.

El caso de Miguelina no es único. Son muchas las historias de hogares pobres liderados por madres solteras y no hay dos que sean completamente iguales. La pobreza no solo es madre soltera; es madre de dolor, escasez y necesidad, pero también es madre de sueños, madre de esperanza. La pobreza no tiene una cara distinguible a distancia. No todas las personas pobres se ven malnutridas o tristes, a veces son caras tiernas y sonrientes con futuros brillantes entre dientes.

Miguelina con Lina, Marcial, Maribel, y su hija menor. 

– […]Vivíamos con muchos sueños de que lo vamos a tener, ¿verdad?– pregunta Marcial.

– Claro. De que le íbamos a comprar una casa a mami– contesta Maribel.

– Siempre soñamos que mami tuviera una casa– reitera Lina.

– Éramos pobres, pero también felices– finaliza Marcial, encogiendo sus hombros con una sonrisa.

Como Miguelina, la pobreza también es madre.


Sobre Abby Rivera
Abby Rivera


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