Kapos

Kapos

Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas de seguridad alemanas se valían de personas seleccionadas de entre los propios prisioneros de los distintos campos de concentración y exterminio, para que les asistieran en las tareas de vigilar y controlar a los demás. Esos presos, que se prestaban para trabajar a favor de sus captores reprimiendo a los suyos, y que las crónicas describen que podían llegar a ser más crueles y despreciativos que los propios agentes de la S.S. (a quienes se sentían obligados en todo momento a demostrarles su lealtad), eran conocidos como kapos. Se trataba de prisioneros a los cuales, a cambio de colaborar con los opresores, los carceleros les concedían ciertos privilegios que les eran negados al resto de los detenidos. Recibían mayores raciones de alimentos, dormían en mejores barracas, y su proximidad con los guardias alemanes les podía significar cierta indulgencia.

La historia relata que sólo una ínfima minoría de reclusos tuvo el coraje de enfrentar a los soldados alemanes, de levantar su voz en defensa de sus compañeros o de negarse abiertamente a colaborar con su propia opresión. En aquellas circunstancias, esa rebeldía usualmente les costó sus  vidas. Madres que robaban comida para alimentar a los hambrientos a riesgo de ser capturadas, jóvenes que eran golpeados por tratar de ayudar a los más ancianos en sus tareas, mujeres que simplemente se resistían dignamente a tolerar ser humilladas o abusadas, hombres asesinados por tratar de impedir que golpearan a otros. Todos ellos pagando como precio el martirio.

Juzgar éticamente a los kapos a la distancia del tiempo pudiera parecer fácil. Sin embargo, muy pocos de nosotros podríamos asegurar hoy a ciencia cierta cómo nos hubiéramos comportado de haber vivido esas circunstancias extremas en las cuales el reusarnos a someternos y humillarnos ante el abuso seguramente nos abocaría a la desgracia. ¿Cuántos de nosotros, ante la disyuntiva, hubiéramos aspirado a convertirnos en kapos?

Lo que sí me atrevo a asegurar es que ninguno de nosotros se vanagloriaría ni se atrevería a celebrar públicamente que sus padres, hermanas o abuelos, en vez de contarse entre aquellos que sacrificaron sus vidas decorosamente por los demás, fueran recordados por la ignominia de haberse desempeñado como kapos. Lo importante es que seguramente todos aquellos que aguantaron los abusos de los nazis, terminaron sus vidas despreciando visceralmente a los kapos e idolatrando a los mártires. A pesar de que la generalidad se sometió oportunamente a los kapos en vez de sumarse a los rebeldes; nunca los kapos serían el objeto de sus conmemoraciones, estarían en las líricas de sus cánticos de alabanzas o en la inspiración de sus poemas, ni serían los de ellos los nombres con que bautizarían a su descendencia.

Es ahí donde radican nuestras esperanzas colectivas. Y es que, a pesar de que individualmente nos reconozcamos imperfectos y egoístas, aun así, colectivamente, todavía somos capaces de reconocer la honra que implica un valiente acto de desprendimiento sacrificado frente a la infamia del oportunismo cobarde y egoísta.

No hay duda de que el fenómeno de los kapos se ha repetido de muy variadas formas durante la historia de la humanidad, pues el “divide y vencerás” a base de repartir prebendas siempre ha sido una estrategia de control de los dominadores. Nuestro mundo neoliberal del Siglo XXI ciertamente también está cundido de kapos al servicio de las élites mundiales que continúan acaparando obscenamente la riqueza planetaria, y obligando así a la inmensa mayoría de sus habitantes a sobrevivir con poco menos que migajas. Un mundo donde los habitantes del sur geopolítico sobreviven difícilmente en el equivalente global de un campo de concentración, donde el precio de no obedecer a los poderosos es la muerte por privación de las condiciones más elementales para la subsistencia, el apartamiento o la guerra.

Nuestro país, no es la excepción. Cotidianamente observamos como nuestros kapos descaradamente se agencian todo tipo de privilegios para ellos y para sus familias; a cambio de su cooperación en mantenernos al resto colectivamente presos en condiciones de injusticia y precariedad, continuamente amenazados con la fatalidad que supondría rebelarnos para exigir nuestro derecho colectivo a una vida digna en libertad.

En Puerto Rico hace tiempo que se ha entronizado una forma corrupta y tergiversada de entender la política, no como un ejercicio de convivencia civilizada en la búsqueda del bien común, sino una definida como la lucha de intereses encontrados entre quienes incesantemente se pelean por arrimar a la brasa sus respectivas sardinas. Hemos sido testigos de que esa mala política no conduce a otra cosa que al empantanamiento pues a la larga tiene el efecto de que los esfuerzos de unos y otras se cancelen entre sí, y solo sirve para justificar la vida de privilegios de los kapos.

Lamentablemente, hasta el momento, con sus prácticas clientelistas y corruptas, los kapos han conseguido mantener a una mayoría de nuestro pueblo convencido de que les vale más apostar por la improbabilidad de que un día se produzca un golpe de suerte que individualmente les permita sumarse a la selecta fila de quienes consiguen sobrevivir aprovechándose de los demás; que aceptar la amarga realidad de que pertenecen al conjunto de los abusados, despojados y ninguneados en última instancia destinados por los carceleros a dejar de ser.  Es decir, nos han convencido de la falsedad de que la salvación es individual y consiste en que cada cual, a su modo, y conforme a sus circunstancias, logre arrimarse  a la fila de los kapos.

Pero, sin embargo, poco a poco, el país comienza a darse cuenta, especialmente entre su juventud, de que en vez de buscar congraciarnos con quienes nos oprimen, engañan y desprecian procurándose beneficios personales; por el bien y la sobrevivencia de todos, es hora de poner nuestras esperanzas con los que solidariamente y desprendidamente se rebelan contra la dominación y la injusticia. Esperemos que no se nos haga demasiado tarde.


Sobre Rubén Colón Morales
Rubén Colón Morales

Es abogado, graduado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y de maestría de la Universidad de Harvard. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo en los años 90. Ha impartido


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