Hijos de Borinquen: "1:30am, ya no puedo más"

Hijos de Borinquen: "1:30am, ya no puedo más"

Foto | Ruth Custodio

Esta es la segunda crónica, de una serie de ocho publicaciones, producto de una alianza entre Puerto Rico Te Quiero y la campaña Hijos de Borinquen. El objetivo es recoger las vivencias diarias de jóvenes y familias de residenciales públicos y barrios, para ilustrar los retos cotidianos de la pobreza. En esta ocasión te presentamos a Ruth Custodio, quien comparte su proceso de concientización respecto a los estigmas y causas de la pobreza en Puerto Rico.

A continuación, las vivencias de Ruth:

 

Tengo 19 años, soy estudiante de la Universidad del Sagrado Corazón y curso mi tercer año de bachillerato en enfermería. Vivo desde los tres años en la comunidad el Chícharo en Villa Palmeras.

El jueves, 3 de septiembre, abro mis ojos por primera vez a las 5:30am. Esta es mi primera alarma, seguida por una cada 30 minutos, hasta las 8:00am que empieza mi clase de médico quirúrgico. Necesito cinco alarmas para entender que tengo levantarme. Soy estudiante full time y trabajo. Logro levantarme a las 7:30am, asorá,  porque se me hizo tarde. Me baño, me cepillo, miro el reloj y ya son las 8:09am. Se me hizo tarde. Busco mi computadora y cuando voy a entrar me doy cuenta que la cámara no funciona y nos piden tenerla prendida, así que descargo Zoom a mi celular y me conecto a la clase.

Trato de participar pero estoy un poco perdida, me toma un rato ponerme al corriente. La clase por lo regular es de 8:00am a 3:00pm. La profesora logró terminar la clase a las 1:30 pm. “¡Por fin!”, digo en mi mente.  A este punto del día ya tengo demasiada hambre. Mi primera comida del día, un plato de conrflakes, es a las 2:00pm.

Voy a dormir un rato para ir al trabajo horita. Me acuesto e inconscientemente abro los ojos tres minutos después. Mi mente comienza a maquinar: “tengo que trabajar”, “tengo que hacer una guía de estudio”, “tengo que estudiar”, “¿A qué hora entro mañana?”. Miro mi teléfono y ya son las 2:50pm. “10 minutos y me levanto”, digo.  En realidad, no puedo esperar más, por lo que me levanto, me baño y comienzo a prepararme para el trabajo. 3:25pm, no hay servicios de transportación pública disponibles desde el inicio de la pandemia así que tengo que avanzar porque el Uber tarda.  Pido el Uber mientras termino de prepararme. Me costó $4.65, por lo que pensé “menos mal”. Llegué a las 3:50pm a mi trabajo como cajera en un supermercado. Llegué a tiempo. Esperando que fueran las 4:00pm para ponchar, pienso: “debí sentarme, después me van a doler mucho los pies”, pero ya solo faltan dos minutos.

Entro a mi caja con la sonrisa más grande que mi rostro puede dar. Así mi mascarilla no me permita trasmitirla, espero que mis ojos y mi trato sí. “Buenas, ¿cómo está? ¿Desea bolsita?”, digo cliente tras cliente. Empiezo a escanear los artículos, me fijo en la fila y llega hasta el final del pasillo. Pienso, “Dios mío, tengo que avanzar”. El cliente tiene muchos artículos y no me ayuda empacando, así que tengo que parar y empezar a empacar su compra porque ya no tengo espacio. En mi mente solo pienso en la importancia de los baggers para asegurar que la cosa corra. Solo a veces le permiten a un empleado ayudar con esta tarea, pero trabaja antes de mi turno.

Hora tras hora continúo atendiendo clientes. En algún momento debo obligarme a dejar de pensar en el dolor que tienen mis piernas, mis brazos y en las tantas asignaciones que tengo pendiente. Espero con ansias que sean las 9:00pm. A las 8:40pm todavía llegaba gente a la tienda. No importa si ya son las 9:00pm, debemos esperar a que el cliente termine sus compras. Termino con los clientes, tengo que cuadrar mi caja, lo cual hago lo más rápido posible. Poncho a eso de las 9:20pm y al salir vi la gloria, pues mami me pudo buscar. Hoy me hice $36.25 en el turno; bueno en realidad $31.60 por el Uber. Me monto en el auto y me duele hasta sentarme. Me acomodo y pienso que cuando lleguemos a la casa me tengo que volver a parar para abrirle el portón a mi mamá.

Llego a casa y no se cómo subir las escaleras. Me duelen las piernas, las rodillas y los pies. A las 9:40pm es mi segunda comida del día: cornflake.  Al bañarme es mi mejor momento, es mi santuario, aquí no pienso en nada. Llego a mi cuarto, agarro mi computadora y empiezo a adelantar lo más que pueda, hasta que el cansancio me permita. Miro mi celular y son las 12:30am. Me tengo que acostar, pero quiero por lo menos terminar esta parte. De repente es la 1:30am, ya no puedo más. Cierro mis ojos y pienso: “se me olvidó poner las alarmas”. Viernes, abro mis ojos por primera vez a las 5:30am, esta es mi primera alarma luego hay una cada 30 min. Hoy necesito 10 alarmas para entender que debo levantarme y enfrentar el día.

La verdad de todo es que durante 13 años clasifiqué a mi familia como de “clase media”. A mis 17 años, gracias a integrarme a grupos de liderazgo comunitario y a atreverme a competir para Joven del Año en el Boys & Girls Club de Las Margaritas, pude aprender la pobreza infantil, pude darme cuenta de que mi familia carecía de las cosas más básicas como una salud de calidad. Me di cuenta de que de cierto modo me avergonzaba aceptar que mi familia es parte de este gran porcentaje de pobreza en mi país y en el mundo. Tenía este sentimiento de vergüenza ya que, de cierto modo, la sociedad tiene grandes estigmas hacia las personas pobres.

Ahora lo veo diariamente y de las maneras más básicas, como en las miradas y en cada instante en que queremos desarrollarnos social, personal y profesionalmente. Lo vivo hasta cuando ponemos nuestras direcciones en los resumé que entregamos para conseguir trabajo.  Los estigmas que hemos creado como sociedad de que “si es pobre es porque quiere” son una distracción. Nos mantiene enajenados de lo que verdaderamente tiene la culpa de que continúe aumentándola pobreza.

Por eso me uní a Hijos de Borinquen, porque entiendo y estoy comprometida con la organización de un movimiento que busca hacer que la sociedad entienda que tenemos derecho a más de lo que nos hacen creer. Este movimiento es lo que hemos necesitado durante años. Es uno que busca hacer escuchar las voces de quienes padecen la injusticia y la desigualdad que arropa y detiene el desarrollo del país. Estoy convencida y comprometida con el movimiento pues juntos nos podemos ayudar a tener la fuerza y el respaldo de luchar por lo que merecemos para hoy y para nuestro futuro.


Sobre Ruth Custodio
Ruth Custodio

Nacida y criada en Villa Palmeras, Ruth es una joven universitaria que cursa estudios en enfermería en la Universidad del Sagrado Corazon. Se destaca como activista contra la pobreza y portavoz de l


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