Hablemos de la mujer vieja: social, político y género

Hablemos de la mujer vieja: social, político y género

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En el contexto del mes de marzo es pertinente dialogar sobre las necesidades que tienen y el papel de nuestras mujeres viejas en la sociedad actual. Regularmente cuando abordo temas sobre la vejez considero varios aspectos: el social, político, económico y el de género. Hemos escuchado en los medios de comunicación los diversos retos sociales que experimenta la vejez puertorriqueña, que pueden ser resumidos en altos niveles de pobreza y desigualdad social. Estos aspectos sociales suelen complicarse cuando le sumamos el hecho de ser mujer.

Algunos aspectos sobre la vejez que debemos considerar son: el 56% es mujer, 17% son jefas de familia y un 77.3% son cuidadoras. La expectativa de vida de la mujer es casi de seis a ocho años mayor que el hombre. Podría apostar que no son necesarios estos desgloses estadísticos para validar que la vejez tiene rostro de mujer, y que es suficiente con observar nuestros espacios y comunidades.

La necesidad de hablar de la mujer vieja no es algo reciente. El trabajo de Beauvoir (1970), titulado “La Vejez” presenta uno de los primeros acercamientos sociales y políticos, y una mirada crítica sobre el acercamiento limitante solo desde la salud. Nos permite entender que la vejez no solo se construye a partir de la edad, sino que el sexo tiene un significado para entender los retos que enfrentará una persona. Dentro de su texto se insiste en que la mujer vieja se condena a una vida dedicada al cuidado, de forma deteriorada y silenciada mientras que el hombre, en la medida que posea riquezas, puede alcanzar una representación de poder y jerarquía.

Por otra parte, organizaciones internacionales como HelpAge han trabajado artículos sobre los retos de la mujer vieja en diversas partes del mundo. Uno de los aspectos que resaltan es que se enfrentan a una discriminación intersectorial en donde la edad se le suma al ser mujer. Estas manifestaciones intersectoriales se le puede añadir el ser negra, de la comunidad LGBBTIQ+, pobreza, nivel de escolaridad, entre otros. Las cuales a su vez se transforman en una manifestación de desigualdad social partiendo de una idea de inferioridad de las mujeres (razón de género) y de la vejez (razón de edad) las cuales se evidencian en condiciones de desventaja social, económica, política y cultural.

Me concentraré en tres aspectos que entiendo pertinentes para dialogar y problematizar con el fin de aportar a una sociedad más equitativa y justa para todas las personas. El primero de estos aspectos es el cuidado. A la mujer, a lo largo de la vida, se le asigna una responsabilidad en el tema del cuidado. En la etapa de la vejez se asume en el cuidado de sus nietos, familiares y comunidades. Conocemos de mujeres viejas que asumen la responsabilidad de acompañar a personas de sus comunidades, buscar recursos y asumir liderazgo en denunciar desigualdades dentro de sus espacios. Son un ejemplo de asumir la responsabilidad comunitaria, sobre todo, hacia la población vieja. Sin embargo, se debe pensar sobre los retos que la mujer en sí experimenta al asumir estas responsabilidades y cómo las estructuras sociales e institucionales le brindan recursos o no. Estos recursos pueden ir dirigidos desde espacios de respiro hasta apoyo económico para mejorar la calidad de vida de la mujer vieja y de a quien cuida.

El segundo aspecto son los estereotipos que se generan sobre el cuerpo de la mujer vieja. Socialmente el cuerpo de la mujer se asocia a la búsqueda de la juventud eterna y una idea homogénea de la belleza concentrada en la blanquitud. Una pequeña búsqueda de ‘mujer vieja bella’ en Google, evidencia la idea de una “aspiración” a la juventud, delgada y blanca. Una imagen distante a la realidad de mujeres viejas en especial en un contexto puertorriqueño. Debemos problematizar esa idea del cuerpo y los impactos sociales que generan en las mujeres. Estas ideas pueden representar una resistencia a verse vieja y experimentar la vejez como algo natural. La libertad de cómo vemos nuestros cuerpos debe ser para todas las edades.

Por último, la violencia que experimentan nuestras mujeres viejas. La población vieja enfrenta diversos tipos de violencia: el familiar, social e institucional y a esto se le suma la violencia de género. En el año 2019, unas once mujeres viejas fueron víctimas del feminicidio. Además, ese año se reconoció un aumento preocupante en situaciones de maltrato familiar. Una de las modalidades principales es la explotación financiera y/o negligencia. A tal nivel que llegaron a sobrepasar los referidos de menores que recibió el Departamento de la Familia. Es pertinente el pensar las experiencias y la realidad que vive la vejez en un contexto en donde se le asigna una responsabilidad cuasi universal a la familia. Se debe situar como la mujer vieja experimenta esta violencia y qué recursos comunitarios aportan a enfrentarlos como mujer y como vieja.

Estas tres variables son solo una pequeña mirada reflexiva sobre las experiencias sociales que vive la mujer vieja. Apuesto a seguir teniendo diálogos y encuentros sobre la etapa de la vejez que partan desde las voces que experimentan el ser vieja, pero también desde las aspiraciones que tenemos aquellas que vamos dirigidas a esta etapa. Debemos problematizar estas experiencias desde una idea de autonomía y no promoviendo más políticas sociales dependientes y asistencialistas. Identificar aquellos espacios que la mujer vieja está presente y desde ahí construir y deconstruir. Que la mujer vieja siga asumiendo espacios dentro de lo político y se generen espacios participativos desde los diversos rostros de la vejez. Apostar a un intercambio generacional de lo que es ser mujer vieja, cómo se vive y cómo se aspira.


Sobre Amada García
Amada García

Amada García Gutiérrez completó su maestría en trabajo social de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Actualmente cursa estudios doctorales en la misma disciplina y preside la


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