Fe ciega
Cuando le conocí, ya había intentado quitarse la vida en tres ocasiones. Para ese tiempo me estrenaba como reportera en el noticiario de TeleOnce y las asignaciones diarias me llevaban a lo más oscuro de la pobreza en nuestro país.
A esas historias se las bautizó en la jerga periodística televisiva como hotlines pero prefería su traducción al español más contundente y dramática, “línea caliente”. Era la bofetada diaria que me recordaba que más allá de las estadísticas oficiales vivían en nuestro país seres humanos en la más abyecta miseria. También aprendí que no todo el que se siente pobre lo es, sucede que no saben de lo que hablan.
Como periodista, guardo muchas historias que me tocaron donde sólo llega el dolor cuando lo permitimos, pero la de aquel niño de ocho años de mirada extraviada se me cosió en el alma como un recordatorio perenne del compromiso que tenemos con esos que piensan que nuestro trabajo los puede salvar. Por lo menos eso pensaba la joven madre que me habló desesperada para que le mostrara a los que nos sintonizaban la historia de su hijo a ver si lograba salvarlo de su propia desventura.
Era un niño como otro cualquiera, destinado a ser feliz e ingenuo mientras la vida maduraba en él. Pero de alguna manera todo se torció a pesar de los amorosos cuidados maternos de su madre que había sido desterrada del círculo familiar tan pronto se supo que esperaba un hijo de un padre ausente.
Una vecina se conmovió de la muchacha y le dio alojo en un cuartito que tenía detrás de su casa. En ese lugar los encontré el día que grabamos el reportaje. Allí hasta el aire tenía el espacio limitado. La joven compartía el único cuarto disponible con su hijo. Lo pintó de azul celeste y le dibujó estrellitas en el techo para que el niño se entretuviera contándolas a ver si así encontraba el sueño y ella el descanso, porque no le quitaba el ojo de encima durante todo el día. Me dijo que en el intento más reciente de apagar su vida se lo había arrebatado a la muerte por un pelito. Se había acostado debajo de un auto en espera de que el vecino le aplastara la cabeza con el neumático cuando acelerara. Así que lo sacó de la escuela para tenerlo siempre cerca y excusó la ausencia diciendo que se mudaba a otro pueblo.
Antes de acudir a Las Noticias había llamado al Departamento de Servicios Sociales ( hoy Departamento de la Familia) pero tan pronto supo que no llevar a su hijo a la escuela era ilegal y podría perderlo dejó de insistir. No hubo razonamiento que le hiciera entender que salir por televisión no le ayudaría pero ella insistía que era el único lugar donde encontraría alguien que la ayudara.
Cuando la llamé una semana más tarde ya una trabajadora social había llegado con un oficial de la policía hasta su puerta para llevarse al niño. Lo reubicaron en un “hogar de acogida” bajo la supervisión del Estado hasta que ella les demostrara que tenía la capacidad para cuidarlo.
Algunas llamadas sirvieron para desdibujar los prejuicios contra ella, aligerar el peso de su sentencia y poner a su disposición las ayudas que necesitaba para cumplir con su rol de madre.
La última vez que hablamos estaba más tranquila casi se diría que optimista. Insistió en que todo se lo debía al reportaje que hicimos y que según ella había cambiado su vida y la de su hijo. Mientras la escuchaba pensaba que para el que nada tiene, un imperceptible golpe de timón en la vida es motivo de celebración.
No sé si todo lo que me dijo era cierto, tampoco podría explicar por qué tenía una fe ciega en mi trabajo, lo que sí puedo afirmar es que esa experiencia reafirmó mi pasión por el periodismo y el compromiso con que debía ejercerlo.
Muchos años más tarde, todo lo aprendido se pondría a prueba cuando le dije que sí a una entrevista que casi me llevó a la cárcel.
Sobre Daisy Sánchez
Su labor profesional en el campo del periodismo y la investigación le han merecido varios reconocimientos. Dos de sus libros han sido premiados: "Cita con la Injusticia" y "La que te llama vida: In?
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