El salsero poeta
Para ti, Rubén:
Entre los 8-13 años, viví en Estados Unidos. Allá, donde los inviernos me resecaban la piel, el cielo se vestía de gris por días consecuentes y cuando la calidez del amor familiar y patrio me fue ajeno, aprendí algo de mí.
De momento, me preguntaban- allá- si “de adonde vengo” había carros, electricidad o recursos básicos para forjarse como ciudadano de cualquier nación. Incluso, mis pares escolares se cuestionaban porque un nenito de “un lugar que tenía nombre de pueblo mexicano” (Is that a Mexican town?) sabía hablar inglés con costumbre ensayada.
No fue agradable. Pensar que, por más que la individualidad saliera a relucir, la latinidad era mi sentencia perpetua en un hervidero de razas que, mirando bien, solo sacan punta cómica de sus vivencias histórico-raciales.
Pero, cuando regresé a Puerto Rico, sentí un alivio. Incompleto, que conste, pero un alivio. No todo era ser latino; me topé con que todos lo somos; con que hablar español regresó a mi vida como luz a una luciérnaga- alimentando el
vicio castellano con que escribo esta opinión.
En esos encuentros identitarios, escuché a un figura que, aparte de darme un sentido de pertenencia con mi “raza”, me reinvindicó, para siempre, el orgullo de ser latino: el maestro Rubén Blades.
De versos crípticos que protestan contra las injusticias del mundo- “Tiburón”- y poemas de amor por un sentido que no hay cómo apalabrar- “Patria”-, Rubén me enseñó que, cuando el verso empuña a la música como arma de concienciación, se conmueven naciones y se forjan legados.
Para mí, la música de Rubén refleja un aspecto humanizador de mi identidad. De momento, aquel migrante que atraca en puertos foráneos; ese iluso, confuso que sueña con mejorar su condición, se hace “La Maleta” y arranca a donde “Todos vuelven”.
Siento que la voz de Rubén es un cimiento cultural que, desapercibido, cala hondo en el ánimo que todos los “Pablo Pueblo” viven día a día. Rubén, poeta raso entre los escritotes del siglo pasado, logró proyectar- a un mundo efervescentemente enredado entre el comunismo y el capitalismo- los corajes, las tristezas y la calidez de un continente. Emprendió la faena de musicalizar, con la sonoridad latina, el sueño bolivariano de “una América Latina unida; con un mañana lleno de esperanza y libertad”.
Plagadas de eufemismos, sus canciones dan fuerza a una pobreza estigmatizada que, si no nos afecta directamente, funge como parte del bagaje estereotipado de nuestra identidad nacional. Pero, en el caso de Rubén, existen para envalentonar al desvalido y darle aliento al fatigado.
“Cuando lo malo te turbe y te nuble el corazón, piensa en América Latino y repite mi pregón”, del álbum Siembra.
Sobre Adrián Rodríguez Alicea
Estudiante de Periodismo en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. También, funje como escritor libre y reportero freelance en el semanario Claridad.
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