Arcadia
Para la época en que mi abuela Arcadia se criaba en el centro de las montañas de Puerto Rico, el concepto de feminismo ni sus luchas por la igualdad de derechos frente al hombre eran un discurso conocido en su mundo de mujeres. Arcadia era una de cinco hijas cuya madre, no por conocimiento sino por intuición, reclamó su espacio entre un grupo de terratenientes que se negaban a reconocerle su derecho a vender en igualdad de condiciones las cosechas de café y frutos menores que se cultivaban en la finca familiar.
Por historias de mi mamá supe que la bisabuela acostumbraba usar pantalones, botas y un sombrero enorme para evitar que el sol le golpeara muy fuerte durante las horas que pasaba trabajando en la finca. Asumió esa responsabilidad desde la mañana que su esposo se fue a tomar como todos los días el café bajo el enorme árbol que estaba frente a la casa y ahí se quedó lelo en un viaje del que nunca regresó. A partir de ese momento la responsabilidad de administrar hogar y terreno era de las mujeres de la casa. Todas tenían derecho a opinar, votar y estar en desacuerdo. La única ley que les regía en aquellas cinco cuerdas de terreno era la de la bisabuela.
Mi abuela se fugó a los quince años con uno de los peones de la finca porque así lo quiso y se fue a vivir a Santurce donde parió 16 varones y una niña. Ya para ese tiempo conocía sobre la opresión en la que vivían las mujeres a su alrededor. Se resistió a la obediencia, el silencio y convertirse en un ser humano de segunda en una sociedad construida por hombres y para hombres.
No era feminista, pero creía en la igualdad de los seres humanos, en que ante la ley todos debían tener los mismos derechos y que el sentimiento de libertad nada tenía que ver con el sexo. En su tiempo, los hombres asesinaban a las mujeres porque podían, sin que estuviera escrito en ningún lugar que ser la esposa de alguien te convertía en su propiedad y con ella haces lo que te da la gana.
A eso le llamaban crímenes pasionales. Los hombres apuñalaban a su mujer, le cortaban la cara o las nalgas, las rapaban, las encerraban y las golpeaban. Por lo bajo un rumor recorría las calles desde el arrabal hasta las más encopetadas urbanizaciones. Ella se lo había buscado, es muy mandona, quiere hacer lo que le dé la gana, le fue infiel, se fue de la casa, eso no se hace. Todas excusas para justificar la violencia del marido contra su esposa. “No ha nacido el hombre que se atreva a levantar una mano para darme”, afirmaba la abuela mientras estiraba las hojas de tabaco con las que construía su único vicio, un enorme cigarro que la acompañaba mañana, tarde y noche.
Crió a sus hijos a imagen y semejanza de mi abuelo. Un hombre cariñoso, leal, responsable y buen compañero. A “la nena” la enviaron a la escuela hasta que supo leer y escribir. Luego la puso al frente de la pequeña empresa familiar capitaneada por la abuela. Le enseñó que ser mujer no es lo mismo que ser hombre. Que debía ser más fuerte, que sus lágrimas tenían valor y no se desperdiciaban en ningún enamorado, que siempre estaría bajo juicio de alguien, que podía pensar diferente a su marido y que tenía el derecho a opinar y tomar decisiones.
Arcadia murió a los 98 años bajo los mimos y cuidados de “su nena” porque todos los varones se le adelantaron en el camino. El mundo que dejó atrás había progresado mucho en la lucha por la igualdad de derechos para las mujeres. Ella era autodidacta, toda su vida fue guiada por la intuición y su sentido de la justicia.
Estoy segura por eso que le sorprendería que hoy mujeres en mejor posición económica y social que ella insistan en negar el camino recorrido en esa lucha que ella sin saberlo y a su manera también asumió. Mujeres con más poder que lo que ella jamás soñara persistan en equiparar un femicidio con otros crímenes, repudien un estado de emergencia y le nieguen a nuestros niños y niñas una educación de género que los convertirá en los arquitectos de una mejor sociedad, más equitativa y justa. Como diría mi abuela “lo que no es igual es ventaja”.
Sobre Daisy Sánchez
Su labor profesional en el campo del periodismo y la investigación le han merecido varios reconocimientos. Dos de sus libros han sido premiados: "Cita con la Injusticia" y "La que te llama vida: In?
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