“Juan, no seas pendejo”

“Juan, no seas pendejo”

Como estudiante de la Universidad de Puerto Rico participé en los eventos huelgarios que se llevaron a cabo en 1976. Simpatizaba con la Federación Universitaria Pro independencia (FUPI) y la Unión de Juventudes Socialistas (UJS). Ambas organizaciones abogaban por la independencia de Puerto Rico y defendían los derechos del pueblo y los trabajadores en el país. Durante el proceso huelgario que se libró ese año, (en defensa de los trabajadores y los derechos de los estudiantes de la UPI), se desató una enorme represión de parte de la administración Universitaria y el gobierno en contra de las manifestaciones pacificas de protesta que realizaba el movimiento estudiantil.

Alejandro González Malavé estudiaba conmigo en ese entonces en la Facultad de Ciencias Sociales y formó parte del grupo de estudiantes que se identificaban como miembros de la FUPI y del Partido Socialista Puertorriqueño. Nadie en ese entonces conocía que Alejandro era un agente encubierto de la Policía. La fuerza de choque estaba dirigida en esa época por Enrique Sánchez (Quique Sánchez), quien años antes también había infiltrado y fabricado casos a varios miembros de las organizaciones estudiantiles universitarias, como agente encubierto del gobierno. Durante uno de los muchos incidentes que se dieron durante esos días, la Administración Universitaria prohibió las protestas. La fuerza de choque de manera ilegal e inconstitucional macaneó y lanzó gas lacrimógeno a estudiantes en la Universidad y otros ciudadanos que se encontraban en el pueblo de Río Piedras. Todavía guardábamos en nuestra memoria los eventos de brutalidad policial ocurridos unos años antes, los cuales le costaron la vida a la joven estudiante, Antonia Martínez, de apenas 20 años de edad.

Antonia sería asesinada un 4 de marzo de 1970 por gritarle a la policía desde el balcón donde se hospedaba en Río Piedras “Abusadores, asesinos”. Años más tarde (1976), los estudiantes que nos encontrábamos realizando una manifestación pacifica frente a la Torre de la Universidad seríamos víctimas una vez más de los abusos y macanazos de la Policía. Salimos todos corriendo y huyendo de las agresiones y del gas lacrimógeno. Previamente la policía había cerrado con candados y cadenas las salidas principales de la Universidad, dejando abierta como única vía de salida un portón estrecho frente a facultad de Ciencias Naturales. El embudo humano que se formó en aquel pequeño portón al tratar de salir todos por allí fue terrible.

A las afueras de la Universidad nos esperaba otro contingente de policías quienes se aprovechaban para continuar agrediéndonos a macanazos cuando caíamos, al tropezar unos con otros, en nuestra desesperación por salir rápidamente por aquella estrecha salida. Yo llegué a caer al lado de varios compañeros y compañeras que fueron agredidos de forma inmisericorde por la policía. Aunque pude huir de aquellos macanazos, con la caída se me rajó el pantalón y sufrí múltiples rasguños en las manos y las rodillas. Un pequeño grupo de estudiantes se acuarteló en la residencia de varones frente a la universidad y desde allí lanzaban piedras a los policías que continuaban agrediendo a otro grupo de estudiantes.

No hay palabras para describir la indignación, el coraje y la rabia que sentí ante aquel abuso y atropello del que éramos víctimas. Sentí que lo más digno que podía hacer en ese momento era unirme a los estudiantes que estaban lanzando piedras a los policías. Se que agarré un puñado de piedras y las lancé hacia un grupo de policías con tanta fuerza que sentí que casi se me disloca el hombro. No creo que le llegué a darle a ninguno de los policías, ya que nunca tuve buena puntería, ni lanzando dardos contra un tablero a corta distancia. El coraje y la indignación era tanto, por el abuso que se cometía, que creo que pude experimentar, al lanzar aquellas piedras, la sensación de liberación del colonizado que Frantz Fannon habla en su obra, Los Condenados de la Tierra, cuando el oprimido, en legítima defensa, recurre a la violencia en contra de su opresor.

De repente sentí que alguien me agarró fuertemente por la mano y me dijo:

“Juan, no seas pendejo” y mostrándome el interior de un maletín que portaba me invitaba a tomar un revólver 38 que poseía.

“Cógelo!… aquí lo que hay que hacer es tumbarle la cabeza a un guardia pá que nos respeten”.

Era Alejandro González Malavé compañero de estudios y persona a quien consideré ser un amigo. Confieso que me paralicé por unos segundos, ya que nunca me hubiera imaginado que en el transcurso de mi vida alguien me invitaría a tomar un revolver para matar a otro ser humano. Comprendí entonces y en aquel instante que no era capaz de matar a nadie. No era ese tipo de persona. Rechacé la invitación de Alejandro con un:

“No jodas mano, ¿tú estás loco?”

Luego salimos de allí corriendo de otro grupo de policías que nos perseguía, yendo a parar a un apartamento en la urbanización de Santa Rita donde se hospedaban Eduardo y Tony, dos compañeros que también estudiaban en la Facultad de Ciencia Sociales. Recuerdo que llamé a mi madre desde un teléfono público cercano al apartamento para explicarle que no llegaría a mi casa en Santurce ese día, ya que toda Santa Rita estaba rodeada por la Policía y los estudiantes temíamos salir de allí. Esa noche Alejandro González Malavé y yo pernoctamos en el hospedaje de Eduardo y Tony. Recuerdo como este criticaba a los independentistas por ser unos bocabajo y que había que tomar acciones más contundentes en contra del gobierno.

Esa noche también recibiríamos lecciones gratuitas de defensa personal de su parte. Al siguiente día pude salir hacia mi casa, aunque todavía con la intranquilidad de que me pudieran estar vigilando o siguiendo. No supe más de Alejandro hasta unos años después, cuando me enteraría que el fue el agente encubierto que llevaría a dos jóvenes independentistas, Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví, al Cerro Maravilla donde serían salvajemente torturados y asesinados por miembros de la Policía de Puerto Rico. En un acto enfermizo y de extrema degradación humana, los asesinos llegarían hasta mofarse y orinarse sobre los cadáveres de aquellos dos jóvenes.

Tanto el gobierno federal como el gobierno territorial en nuestro país han utilizado y continúan utilizando a la policía y sus agentes encubiertos para fabricar casos, agredir, aterrorizar y fomentar el miedo entre todos aquellos y aquellas que no hemos perdido la capacidad de protestar e indignarnos ante el atropello, el abuso de poder y las demás violaciones a nuestros derechos humanos.

A través de toda nuestra historia hemos presenciado repetidas veces como tanto el gobierno de los Estados Unidos y el gobierno colonial utiliza su poder represivo para criminalizar y acallar las voces contestarias de nuestro pueblo y todo aquel o aquella que denuncia la corrupción política, los abusos de poder, la desigualdad social y económica, la homofobia, el colonialismo y el patriarcado. La invasión norteamericana, la masacre de Río Piedras, la masacre de Ponce, la ley de la mordaza, la masacre de Cerro Maravilla, la persecución política mediante la confección de carpetas o expedientes por ideología política en el Negociado de Investigaciones Criminales (NIE) y el FBI, la Junta de Control Fiscal, los chats de Ricky, la negligencia criminal compartida por el gobierno federal y local al desatender las necesidades del pueblo luego del huracán María y ante los eventos sísmicos que sufrimos hoy, son solo algunos ejemplos nefastos de esa historia de violencia y represión criminal.

Han sido muchas las agresiones y asesinatos cometidos contra nuestro pueblo y los que defienden su dignidad. A pesar de ello nuestro pueblo continúa hoy más firme que nunca luchando por la construcción de un país más justo y solidario.

Hoy retumban, como nunca antes en mi memoria aquellas palabras de Alejandro:

“ Juan, no seas pendejo”.

No tengo idea ni estoy seguro en dónde descansa el alma de Alejandro González Malavé en estos momentos. Pero de lo que siempre he estado seguro, es que nuestro pueblo nunca ha sido pendejo, ni bruto. Y Juan tampoco!


Sobre Juan Correa Luna
Juan Correa Luna

Al presente es Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana en donde dicta los cursos de Derecho Procesal Civil, Investigación, Introducción al Derecho, Derechos Humanos y Sa


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